Mi querida Big-Bang:

La burocracia doméstica es como las arenas movedizas. Cuando más chapoteas, más te hundes. A mí me dices la palabra “trámite” y me da un ataque de perropaulovismo del quince. Odio las ventanillas con números de turno. Siempre tengo la sensación de que cuando baje la mirada para mirarme una mota en los zapatos saltará el mío y no lo veré, de manera que tendré que ponerme de nuevo a la cola. Me temo que soy honrada porque no tengo capacidad de vivir al margen de la ley. Ni talento para la omisión.

Conozco a un tipo que no paga las multas ni declara a Hacienda. Aparentemente, duerme por las noches sin soñar con que Gallardón vendrá a pillarle con una motosierra. A mí me llega a casa una de esas multas de mal aparcamiento y se me dispara la urticaria. Lo habitual es que la pague ipso facto porque a mí sí que me dan miedo las motosierras, sobre todo desde que vi “El resplandor”. Pero a veces las echo a un cajón y ahí se quedan. Entre plazos son concretar, botes para el pis de cierto análisis que nunca me hice, llaves de casas que nunca más habitaré y muestras de cremas de las que regalan las revistas. Un batiburrillo digno de psicoanálisis.

Y entonces llega el olvido.

Hasta que un día amaneces con un barrillo cerebral que es como la resaca pero sin vómito. Súbitamente piensas en él, ese candidato rechinflante que te ha regalado un carril bici, verborrea deluxe y muchos parking, y te lanzas al cajón de los sesos perdidos. Y ahí está tu multa, pasada de fecha, que ya llevará un recargo del carajo. Pero ahora ya lo la puedes pagar en internet. Debes personarte en una Junta del distrito que está donde cristo dio las tres voces. Y te da una pereza que te mata. Y el papel vuelve a su sepulcro, bien tapado con el sérum de Dior que se echa Sharon (Stone) y que a ella parece garantizarle la eterna juventud. Pero no a ti.

Todo esto viene a que hoy seré la chica trámite. Me he puesto los deberes y pienso vagar de ventanilla en ventanilla como alma en pena. Comenzaré por la ITV, ese lugar siniestro donde siempre quedo en evidencia porque no entiendo las órdenes y porque no encarrilo las ruedas en su sitio. Pondré cara de: “soy rúbia, háblame despacio”. Pagaré alguna multa a la salud del erario público,  rellenaré diez o doce impresos con letra de médico y terminaré el día extenuada. Dejando siempre, estoy segura, uno o dos papeles en el fondo del cajón. Para seguir viviendo en la desazón. Para seguir saltando a tu diván.