Cuando quiero borrar a alguien de mi vida, empiezo por sus mails.

Confieso que me cuesta mucho más eliminar palabras que tirar fotos a la basura. La imagen se puede recomponer mentalmente, pero reproducir frases con exactitud es tan difícil como reconstruir un jarrón roto en mil pedazos.

A veces, en un arrebato, me deshago de uno o dos mails, no más. Entonces los mando a la basura pero no siempre vacío la papelera, lo que es un amagar y no dar en toda regla. Cierta mujer a la que se lo conté me dijo: “te dicen te quiero tan pocas veces a lo largo de tu vida que no habría que tirar ni una. Al menos, cuando no tengas quien lo haga, siempre podrás sacar la carta y revivirla”.

Pero el paso del tiempo es despiadado.  

Mi primer novio me enviaba cartas diarias cuando se iba de vacaciones con su familia. Mi hermana y yo corríamos a mirar al buzón comunitario y disfrutábamos el momento de identificar el sobre, meterlo en el bolsillo y buscar un lugar íntimo para leer, y releer. Nunca tiré esas cartas, no pude. No sé si por retomarlas cuando nadie me quiera o simplemente para tener una prueba de la adolescente que fui. Su autor lo sabe en la distancia y espero que no le parezca mal.

Sospecho que las cartas que se escriben en papel son más sinceras que los mails. Más espontáneas. LLevan tachones, pero no ahogan el impulso apretando una tecla. Mi amiga A. tiene un título para mis memorias que me regaló gustosa la otra tarde: “La mujer que sabía besar”. Me encanta y lo he guardado junto a esos sobres atados con una cinta roja que me hicieron llorar -y reír- cuando una tarde tonta me dio por abrirlos y volver a los 16 años.

Los mails, los whatsapps, los sms, en cambio,  los carga el diablo. Lo sabe Urdangarin, lo saben los jueces que ordenan la confiscación de equipos informáticos en cuanto huelen la culpa. Lo sabe David Beckham, sorprendido en una infidelidad cutre hace unos años. Y yo misma me pregunto qué harán con los míos sus destinatarios, si los habrán enviado al cementerio de elefantes, ahora que es deporte regio, o los tendrán en un rincón, durmientes, esperando ese momento fatal de la resurrección.

Todo esto viene a que ayer borré unos cuantos mails de mi memoria. Luego corrí a mi cajón secreto para comprobar que seguían las cartas de amor más bonitas que me han escrito nunca. Una es cuadrada, con un corazón rojo de papel transparente. Dice así: “quiero que me mires a los ojos y en tus ojos también mirarme yo. Mami, eres para mí tan importante, que a veces el mundo somos tú y yo”. Minichuki, mi futura rapera, estaba inspirada ese día, sin duda. A su lado, en otra carta arrugada de tantas lecturas, Chuki grande me dice que no se le olvida nunca que “aunque nos enfademos, nos queremos”. Y que soy la mejor.

La mujer que sabía besar tiene claro que los mejores besos son los que esas dos niñas le dan en casa. Y lo escribe para que no se le olvide, aunque haya citado sus textos de memoria y los haya puesto una cinta de colores imaginaria.

P.D.1 De todos los colores excepto el rosa, que ellas detestan.
P.D.2 Creo que debería existir el derecho a reclamar los mails que enviamos pasado un tiempo razonable. ¿Las palabras son más de quien las dice o de quien las recibe? Debo pensar sobre ello…