Y entonces, sin habérmelo propuesto,  vuelvo a Oliver Sacks. Y sólo tengo un libro suyo en mi pomposo Taj Mahal: “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. Y no recuerdo habérmelo comprado -ni al sombrero, ni al hombre ni, desde luego, el libro (Anagrama), pero sí la confusión en incontables plazos-  Pero alguien que soñaba con ser berilio, cesio o francio cada cumpleaños, siguiendo el estricto orden de la tabla periódica, bien merece un tiento póstumo. Y compruebo mis subrayados, esas huellas del crimen que dejamos a merced de los días y los siglos. Y ahí están, machacados de lápiz antracita: Los estados “hiper”.

De eso se trataba:

“El desarrollo puede convertirse en hiperdesarrollo, la vida en hipervida. Todos los estados “hiper” pueden convertirse en monstruosos, en aberraciones perversas (…) Bienestar peligroso, brillantez mórbida, una euforia engañosa con abismos detrás, ésta es la trampa con la que el exceso promete y amenaza”.

¿Hay que sospechar de los hiperestados, querido Oliver? La hiperfelicidad, la hiperestesia, la hiperatracción erótica, la hipercreatividad, el hiperjuicio. Siempre me ha parecido que detrás de frases como “estoy tranquilo” había una brizna de resignación con o sin amargura. Pero siempre he ansiado ese estado de serenidad donde nada parece depender de las contingencias ajenas. Una pareja añeja y “tranquila” roza el incesto. Pero una excitada por los primeros calores del cortejo es en sí misma un espejismo de muerte que caduca. Un fabuloso espejismo. Canto del cisne. Fuegos artificiales que dejarán en el aire ese reconocible tufillo a chamusquina.

(Donde esté la calma chicha, el aire quieto, parado, dirás tú. La rutina. Todo muy previsible. Tranquilo y previsible. Qué gozo, qué tortura).

La tranquilidad, me parece,  está sobrevalorada, pero es perfecta para no hacerse demasiadas preguntas. Tiene ese componente anestésico y hasta melasudista. En mis estados de mayor calma no me arranco a escribir, me vuelvo más contemplativa, asumo y me asumo. Me ducho con morosidad bien calculada, encuentro mis zapatos, distribuyo a conciencia la crema por mi cara. Tomo las vitaminas. Llamo al 010 y pregunto por mis multas. Congelo la comida. O descongelo a tiempo, no con el microondas. Soy como un caballo de carreras en su box, paciendo y con las crines bien peinadas, brillantes. No relincho.

(Tengo, ahora que caigo,  dos sombreros  colgados en mi cuarto. Pero nunca salí a la calle tocada con alguno. Representan a una mujer probable, que no soy ni seré. No puedo confundirme con ella, ni fingirla. No quisiera. Estoy tranquila, biendormida y con un pijama limpio que huele a suavizante. Bienestar. No hipereuforia. Tranquila, diría que escribo más despacio. Que demando menos. Que preveo más. Leo las instrucciones. Diría que me veo venir por el pasillo, removiendo el café con la cuchara sin esperar sorpresas, sobresaltos, avatares inciertos que asomen de una puerta, segunda a la derecha.

Orden en Taj Mahal

Pero¡ oh la excitación, el nervio, el impulso inflamado! Elemento de azufre de la tabla. Qué hacemos con el pálpito, y con el hiperpálpito, difunto Oliver Sacks? Te has ido sin todas las respuestas, no has hecho los deberes. El artista no crea sin un trance de exceso. Un trance pequeñito, cuanto menos. (¿Lo contrario al exceso son las desconexiones. Ser un cable suelto a pocos metros del enchufe, ansioso de Viagra?).

Hiperquinesia, hiperbulia, hiperdinámica. Enumeras. Impulso, voluntad, dinamismo, energía.

Para la compañía y la amistad, hipertranquilos sin hipo. Para el amor, un punto de arrebato, qué menos que un ratito. Y estoy mezclando todo, ya lo asumo. Pero no quiero un despliegue rutinario de pulsaciones que no pasen de 70. El Tour en la llanura. Un puerto de montaña, eso quisiera, cada ochenta kilómetros. Si no fuera porque me mareo en cada curva. Un hipertrance, y luego la megasiesta de sofá. Un coma etílico con dos o tres cervezas sin alcohol. Antitética perdida, así me veo. Con una biblioteca en puro caos que ordeno y desordeno. Llena de autores locos, de mucho atormentado que le dio por las letras como podía haberle dado por el crimen en serie o por el petit point. Con mucho solitario que me busca y me rechaza si me acerco demasiado. La media distancia es tranquila, ¿verdad, mi sabio Sacks?

Un pedazo de hiperestado que no duela. Que agite pero no te lastime en la caída. Un yin con yang alternativos. Un martes de domingo y un sábado sin fiesta. La baraja completa, los anillos al dedo. Un grito cherokee en el túnel de lavado de mi coche. Y la literatura mezclada con las cifras. Mentes de ciencias. Ese equilibrio incierto que no pide ansiolíticos pero te quita el sueño. Y miras tus sombreros. Y es de día.

Aberraciones perversas, bienestar peligroso… Desorden calculado. Cierto caos.