La noche más oscura

Hay cierta mística detrás de un cocido con amigos. Y, como ayer a la mesa de A., dos bandos bien definidos: los que apreciamos el tocino y los que componen un mohín de asco porque la grasa pura sólo merece un indulto si la dejas cuidadosamente en el borde del plato.

Adoro el cocido y podría comer un bocadillo lleno de ese tocino glorioso que ayer nos hizo levitar a P. y a mí. Añadiré que él está delgado como un ciclista y no tengo los datos de su colesterol, pero dado que es obsesivo de la salud -y más en concreto de la enfermedad- cuento con que anda sobrado y con licencia para engullir deliciosa gelatina blanca y salada.

Por mi parte la homeópata -esa bruja que me ha prohibido casi todo- no dijo nada de los garbanzos y sus alrededores, y aunque mi gurú gastronómico el Comidista http://blogs.elpais.com/el-comidista/no lo contempla en su recetario personal (imperdonable, Mikel), me di por bendecida. Así que ayer éramos seis amigos felices sentados a la mesa sin que nada ni nadie pudiera hacernos daño. Celebrando que la tempestad de corrupción y delirio que glosan los periódicos nos azota pero no nos tumba.

Añadiré que en casa de A. los amigos dormimos la siesta, no sin antes entregarnos a una sobremesa cálida donde ayer acumulamos varias certezas. La primera,  que casi siempre podemos anticipar lo que piensa cada uno de cualquier tema, mayor o menor, y hasta la frase que dirá.

-Dado que el guión está escrito, sugiero que dejemos de vernos. Si no fuera por el tocino…, propuse.

Acto seguido uno emprendió el trote hacia la cama, otros tres se repantingaron en el sofá piscina de mi amiga y el último en la chaise longue. Armados con mantas y entregados a una conversación mortecina en español y en inglés de la que se iban descabalgando voces hasta llegar al susurro…Y la confesión de J.

-Chicos, ¿no os empachasteis con la cena de ayer? Yo sí. Luego llegué a casa y me tomé una palmera de esas dobles, con su azúcar y su melaza.
-Pues yo también, pero el titular es que después de dejaros conocí en el concierto al profesor de inglés de mi vida. Un tipo alto, guapo y clavadito a John Wayne. British puro.
-Muy mal, debería ser americano, apostilló K.,noble hijo de los EEUU, entre bostezos.
-Sí, yo también prefiero Homeland a Downton Abbey, nene, pero convendrás que lo british tiene más pedigrí, me defendí.
-Mira, la exquisita que se pone ciega de tocino…

La tarde, así planteada, era difícilmente mejorable, pero entonces decidimos ir a ver “La noche más oscura”, la película de Kathryn Bigelow http://es.wikipedia.org/wiki/Kathryn_Bigelowque narra el proceso de investigación de la CIA hasta encontrar y ejecutar a Bin Laden, y salimos deslumbrados. Y desmenuzamos la maestría de esta mujer, las puntadas finas con las que teje una trama en la que no hay maniqueísmos burdos y que, pese a que ya sabes cómo termina, te mantiene dos horas en vilo sin notar los estragos que el cocido y los dulces han hecho en tu aparato digestivo.

Y horas después nos despedimos convencidos de que es difícil superar un día con tantos ingredientes placenteros. Buenos amigos, animada conversación, brillante película…

Y tocino. Ese manjar que nos reúne a la mesa y nos divide en bandos altamente reconciliables.