Mi querida Big-Bang:

¿Qué haces si en una cena te sientan en la mesa de las macizas? Tú llegas con tu elegante look de Baccara (blanco y negro, para las macizas que no habían nacido cuando el I can Boogie http://youtu.be/KGuFn0RPgaE), tus zapatos de Dior de 15 cm y tus mejores chistes, y ahí están ellas. Burbujeando con sus DNIs de nacidas en los ochenta. Esa década prodigiosa que detestamos en su día y que vuelve una y otra vez como una maldición porque en el fondo nació prematura, inadaptada, y esas hombreras eran una forma de sacar la metralleta en territorio hostil. Entonces tu compañero de mesa, chisposo y coetáneo, suelta: “¡Cuando estas nacieron yo (y por tanto tú) ya me drogaba!)

A lo que vamos. Ya que están buenas tus partenaires de mesa, piensas: “al menos, que sean tontas”. O bordes. O displicentes. Pero no. Las muy asquerosas son simpáticas y lucen un canalillo repretón que se bambolea al son de sus carcajadas. Y no tienen un pelo de lerdas. Así que adiós a la estrategia de parecer inteligente o graciosa. Los recursos menguan como el plato de sashimi, que tú atacas con alegría porque no te has puesto un vestido de lavativa, que diría tu abuela. Y entonces tu compañero de mesa, que es un tipo muy cachondo, va y suelta: “Todas estas tías están muy flacas…No como tú, que se te ve dónde agarrar…Y entonces remata: “Y esa alegría con la que comes…”

En ese momento metes tripa instintivamente. Y juras que nunca más volverás a beberte un gin tonic. Ni a probar un rebozado aunque sea en tempura. Mientras, las macizas fingen que comen, pero sólo picotean como jilguerillos alrededor de los platos. Y sus tetas, con perdón, amenazan con estallarles el escote, magnético. Y tú te has puesto una blusita blanca ideal de la muerte y antierótica. Así que está claro: debes entregarte al vino y a la impertinencia. Provocar sin marcar. Y sentir compasión de aquellas que están al borde del desmayo en su talla 36. Y reírte con ellas, porque te caen muy bien. Y si las odiaras llevarías todas las de perder.

La noche avanza y sientes que tu maquillaje se cuartea. Las macizas salen a fumar en grupo, ligeras y revoloteonas. Sientes la tentación a su vuelta de hablar de pensamiento político, glosar a Shoppenhauer -ese viejo amigo- o provocar una discusión de hemeroteca donde se desorienten. Pero una tía buena cosecha del 82 no se amilana. Pone ojitos, te abanica con sus pestañas y salta a Enrique y Ana -ese dúo prodigioso que inauguró el debate sobre la pederastia- a El show de Xuxa -esa star brasileira que terminó haciendo porno con menores, o eso se dijo- o Dawson crece -esa serie protagonizada por la señora Cruise cuando aún parecía feliz y la Cienciología no la había atrapado entre sus fauces.

Y entonces lo ves claro, cristalino.  Eres tú y tu biografía. Los Chiripitiflaúticos, Barrio Sésamo, Pippi Calzaslargas o La Bola de Cristal. Puede que en su día estuvieras buena, o medio buena (nunca como estas diosas de tu mesa, vive Dios). Pero no lo sabías porque te faltaban cerebro y ambición y porque tu madre no te dejaba ponerte escotes gangreneros. Te encanta comer, y beber. Alternas el Vogue con El Ser y la Nada, y sabes que la felicidad consiste en sentarte a una mesa y divertirte con tías despampanantes sin medir el contorno de busto y de cintura. Y que mola todo!