Mi querida Big-Bang;

Me temo que ha llegado el momento. Cuando las mujeres al encontrarnos empezamos a decir eso de “qué estupenda estás, pareces mucho más joveeeennn. Y delgadísima!” en un acto de peloteo extraordinario y obsceno (porque por lo general somos unas perracas) es que nos estamos haciendo mayores. La lucha contra el tiempo se libra en un espejo donde siempre hay otra mujer que no es la madrastra de Blancanieves, sino la proyección de tus deseos y tus temores  en otra.
Si encima la otra es la ex de un alto cargo político, tiene 10 años más que tú y no se le ven las cicatrices del quirófano, la escena resulta bochornosa. “Cömo es posible que tengas ese cuerpo después de cinco embarazos?” fue el tema central de la sesuda conversación que mantuvimos mientras los flashes nos rodeaban con cierto temor a interrumpir el azúcar glass del momentazo. “Tres, mujer, tres, que a los dos pequeños los compramos en Rusia”…
A cierta edad, insisto,  te asalta una especie de buenrollismo general hacia las otras, sí, siempre que sean coetáneas o mayores que tú. Las rivalidades se diluyen en apariencia, y brota una corriente de solidaridad femenina de la que poco o nada se ha ocupado la literatura universal. Tú sabes, como la otra, el desaliento que sucede al hallazgo de la pérdida del óvalo de la cara, de la curva del talle (las que hayan tenido de eso) y de la orografía del perfil,  y entonces sucede que te empiezas a vestir de mamarracha o de putón verbenero, si procede, para agotar los últimos instantes soñando con Dorian Grey.
De ahí que haya decidido no despellejar jamás a las mujeres que se disfrazan de lo que querrian ver en el espejo. En adelante me centraré en las Kate Moss y en las Scarlett Johanson, que son unas asquerosas convencidas del triunfo de la eternidad. La liga de la carne prieta es en adelante mi enemiga. Y hago un llamamiento a las cuarentonas estupendas para unas jornadas de elogio y refutación de la vida interior, que ya toca.  Para motivaros, os diré que habrá Tupper-bottox y efebos a lo Ashton Kutcher sirviéndonos las copas y fingiendo que nos desean locamente.  
Y se espera la visita de Mefistófeles in person con contratos para la que quiera vender su alma allí mismo.