Crecer

“En el planeta digital necesitamos personas con una rápida capacidad de aprendizaje y que aún sean más rápidas olvidando lo aprendido si esto se convierte en un inhibidor para aceptar lo nuevo”. Lo dice en Retina el consejero delegado de Volkswagen, Francisco Pérez Botello y aplaudo la frase incluso eliminando el adjetivo “digital”.
Con el tiempo he ido desarrollando una cierta animadversión (que empezó siendo inquieto aburrimiento) por los argumentos basados en lo que funcionó ayer. Mi hija la artista antes llamada Minichuki vino hace días enfadada y triste porque alguien a quien quiere mucho le había dicho que “las cosas eran así porque siempre habían sido así y así seguirían siendo”. Como trabalenguas resulta fofo y bastante deslucido, pero como palanca pedagógica es directamente un insulto al pensamiento crítico del que, por cierto, mi hija adolescente está muy bien dotada.
Leo en ese mismo artículo que en “pensamiento crítico” España está en el puesto 101 de 140, según el Foro Económico Mundial. En el vagón de cola. Y me parece lamentable porque la nostalgia como pilar argumental siempre tuvo algo de cobardía. “Si no duele, no creces”, es una frase que extraje de una sesión de trabajo y dista mucho de alimentar el sadismo. Me gusta rodearme de personas que cuestionan hasta lo que funciona. No creo que haya que desmantelarlo con frivolidad, sólo que hay que proyectar cómo los modelos se comportarán en un futuro que es casi presente continuo puesto que nos movemos en el vértigo. Si no te expones a tu propio desafío, ese que cuestiona lo que ayer dabas por bueno, mañana seguramente habitarás un erial de frustración LDL (la que más obstruye las arterias del progreso).
Llevo dos años bailando sobre arenas movedizas. Antes estuve cómoda un tiempo  haciendo lo que sabía hacer y sentí que me apagaba. En dos años he cambiado dos veces de trabajo, he tenido que aprender herramientas nuevas, argumentar y defender proyectos en otro idioma con muchos menos rudimentos lingüísticos, conocer las tripas de las Naciones Unidas y las de la ciencia ligada a innovación y tecnología en Merck, la empresa donde trabajo (siendo yo tan de letras, según las etiquetas de ayer, esas en las que yo no creo), crear desde cero y sin red. Saltar algunos obstáculos con sospechosa carga de absurdo. Despertarme varias veces por la noche inquieta porque debía resolver un acertijo que se me escapaba. He tenido miedo algunas veces. Nervios. Euforia. Honda satisfacción. Y la emocionante sensación de saltar hogueras sin quemarme, pero sintiendo el calor bajo las piernas.
Me niego a dar por bueno lo de ayer sólo porque ayer fue bueno. Ese sería mi mantra hoy y el que traslado a mi equipo, a veces para su desesperación. Tengo la suerte de asistir a reuniones externas donde se habla sin parar de talento y a veces son frustrantes porque repiten lo de siempre. En otras, de pronto, surca un rayo de esperanza en forma de palabras que cuestionan las verdades del barquero. Hay que ser valientes para romper el aire. Crecer es exponerse. Probar otros modelos. Rasparse las rodillas. No dar descanso al sentido crítico, ese en el que España ha suspendido.
Mi hija adolescente lo ensaya cada día. Y hace poco me escribió una carta y me la coló en el bolso. Una carta en la que me cuestionaba también a mí y pedía que le diera pista para aterrizar su Verdad. Tan frágil o imponente como la de los adultos, me venía a decir. Me pedía con sus palabras que dejara de apalancarme en lo evidente, eso que yo misma denuncio cada día. Y no puedo estarle más agradecida porque duele. Y eso quiere decir que estoy creciendo. Y que ella hace tiempo que es adulta, aunque a ratos me cueste asimilarlo.

PD. Gracias a M, a J, a P, a A, a… a los que no me permitís otra cosa que perseguir la innovación todos los días (ese elixir de juventud gratis total). Y a mis hijas, especialmente, que me educan para que cambie la hoja de ruta cuando toca y hay viento huracanado.