“En el principio de la ficción están siempre los nombres de los personajes (…) Equivocarse en el nombre es condenar a un personaje a la inverosimilitud”.

Hay personas puestas ahí para contar lo que pasa y personas diseñadas para que les pase. Testigos y actores. Esta revelación no me la ha transferido el ángel Gabriel, ese que deja embarazadas a las vírgenes, sino un ser burlón que me hace suya los jueves por la tarde, cuando mi relajación de obligaciones domésticas allana el camino a las posesiones de toda índole.

El hombre (o la mujer) que mira está condenado a no participar de la fiesta. Es el Nick Carraway de El Gran Gatsby. En vulgaris diríamos eso de “no se puede estar en la procesión y repicando”. Una vez entrevisté a un director de cine español de éxito y me confesó que cuando ama apasionadamente no escribe. “Bastante tienes con estar enamorado”. El que escribe y se entrega a fondo no comparte con nadie el tiempo que destina a pulir a un personaje, a colocarlo en un lugar del mapa real o imaginario y a pulsar el botón de acción.

Y cuando lo bautiza, le pone un nombre, se hace un silencio, redoblan los tambores y siente que lo ha dotado de vida o se lo ha cargado sin remedio. Y recoge sus despojos y lo entierra con honores de aborto sobrevenido.

Daría un brazo por saber cómo y por qué algunos de mis escritores llamaron a un personaje Dorian Grey, Frankenstein, Doctor Jekyll o DÁrtagnan. 

Vanessa Bell

El nombre te marca para bien o para mal.

Si te llamas Vanesa más vale que seas una intelectual estilo Bloomsbury como Vanessa Bell, hermana de Virginia Wolf.  Y luego están los nombres de virtudes. En mi  colegio, en medio del maremágnum de Maricármenes, Pilis o Conchitas, había una Purita (como había una Encarnita). La primera me caía mal, la recuerdo pequeña, retorcida y miserable; la clásica que no te presta los bolis aunque tenga varios y de todos los colores. La segunda era tartamuda y se azoraba en clase. No sé si terminó el bachillerato. No visualizo el interior de su estuche pero sí su piel lechosa y sus ojos miopes, de vítreo turbio,  bajo unas gafas pasadas de moda y llenas de huellas de dedos. También que las monjas perdían pronto con ella la paciencia. Cuando pasaban lista las llamaban “Purificación” y “Encarnación”, y dichos así, sus nombres retumbaban como una  llamada al orden o a ingresar en el convento.

Mi nombre, para entrar en el lote del agravio,  me condenaba al diminutivo y a la pureza perpetua. No sé qué era peor. Pero sí que le puse remedio en cuanto supe que no era un personaje de novela de género, sino una mirona subida al árbol con las medias caídas, las rodillas llenas de costras, los pelos siempre fuera de lugar y un lápiz en ebullición entre los dedos.

(Si te llamas Cleopatra no debes acercarte a las serpientes. Si te llamas Antonia no puedes ser una mosquita muerta).

Nuestros abuelos ponían los nombres del santoral. Los afortunados bebés que nacieran tal día como hoy se llamarían Adrián, Basilisa, Celso, Vidal o Revocato. Los padres de hoy bautizan a menudo pensando en el profesional de éxito que imaginan para su vástago. O en el nombre de moda. O en el que no es cacofónico pegado al apellido.  O en el más ostentoso. O en el más inverosímil.

Leo que en España existen 604 bautizadas Shakira y 76 hombres llamados Canuto. Oh my Good! Por mucho menos debería haber detenciones de padres.

“La edad media de las mujeres que se llaman Prepedigna y Afrodisia supera
los ochenta años; y los varones más longevos llevan los nombres
ingleses de Edward Albert, Reginald John, Albert William y Ronald
Frederick”
. La Voz de Galicia.

Llevo un tiempo, lo confieso, registrando nombres para personajes que aún no han nacido y títulos de novelas que aún no son. Anoto cosas del tipo “Todos los carniceros descuartizadores se llaman Fritz” y me quedo tan ancha. Desde mi árbol miro y remiro. Con las rodillas despellejadas de jugar a “Churro Va”, como solía,   y un ojo vigilante por si se me presenta un ángel y en sueños me llama Purita. O algo peor.

PD. Escribo mis nombres e ideas de jueves en un Samsung Note 4 con un programa fabuloso de Montblanc que simula escritura con pluma. Nunca he sido tan feliz con un Smartphone!!.