-No cuesta tanto ser un poco feliz, ¿sabes? Lo puedes aguantar. Es como un libro abierto. Es básicamente como el sueldo cuando le has descontado los impuestos. (“Una nota preciosa“, Lorrie Moore)

Cuando tengo un martes tonto o un miércoles sin flores tiro de Lorrie Moore. Su libro “Pájaros de América” es un prodigio de situaciones cotidianas convertidas en hazañas bélicas. Yo de mayor querría ser ella, blandir esa pluma falsamente ligera y dejar escritos dos o tres relatos contundentes, pura literatura HLD, como el colesterol bueno.

Decir, por ejemplo, que la felicidad es tu sueldo descontados los impuestos me parece conmovedor y certero, sea cual sea tu sueldo. (Salvo que uno suele contar su sueldo neto cuando le llega, porque lo que se queda en otras manos de camino es felicidad regalada sin que te hayan pedido permiso).

“Papá, tengo una buena noticia y otra mala“, le anuncié ayer cuando me decidí a llamarlo por teléfono después de demasiados días. ¿Cuál es la buena?, eligió él (sueldo neto, nena, sueldo neto). “¡He encontrado un equipo de fútbol para C. Al lado de casa!. Mi niña podrá seguir siendo la pichichi y sudando la camiseta los sábados!. Cuando se lo dije, verás, se volvió loca de alegría. Empezó a darme las gracias. Se le quebraba la voz y a mí también…”.

Lorrie Moore imprescindible

Lorrie Moore lo habría hecho mejor. Habría contado la situación al detalle. Una mujer cansada se dirige a su coche una tarde pegajosa de estío. Tiene miedo de que no arranque. Hace dos días no se puso en marcha y casi se echa a llorar. Se sienta, introduce la llave en el contacto y cuando se enciende la lucecita roja del salpicadero pone a Calamaro –Soy vulnerable a tu lado más amable…”- Entonces piensa que ya es hora de cambiar los CD´s que guarda la memoria. El auto, milagro, arranca y ella se dirige por la carretera de Burgos hacia IKEA. Suspira. Ha apuntado dos o tres cosas en su cabeza, pero no las recuerda. Sigue el pasillo largo, dictatorial, y nota que ha desaparecido una sección. Una sección entera. Retrocede contracorriente. No están las mesas de estudio. Piensa que es una venganza de los dioses de agosto, renegados de tanta vuelta al cole. Cuando al fin llega a la zona cero, todas las mesas le parecen horribles, impersonales. Castigos para niños que crecen demasiado. Entonces decide no comprar ninguna y se va, desolada, pensando que ha hecho 17 kilómetros para nada.

Y como penitencia entra en la cafetería y merienda unas tortitas de plástico con nata artificial y sirope tóxico.

Entonces suena el teléfono. “Mire, ya he consultado lo de su hija. No puede jugar en el equipo federado pero sí en el municipal. Entrena los martes y jueves. Quedan tres plazas. Si le interesa, dese prisa”. 

Y ella siente que acaba de recibir un sueldo Nescafé. Una tregua. Y que la noticia bien vale una moratoria fiscal, laboral, sentimental . Y da las gracias alborozada a esa voz anónima que no entiende lo importante que es que una niña de doce años pueda seguir jugando al fútbol. Cerca de casa. Porque no hay equipos femeninos en el cole. Porque a los doce años la mayoría de las niñas juegan a otras cosas. Y la voz anónima, sorprendida de la reacción, se compromete a reservarle la plaza hasta el lunes, pero no más. Y ella abandona el centro comercial pensando que lo que redecora la vida son las palabras. No esa horrible estantería Billy por 39 euros de mierda.

-Hija, ten cuidado con el coche (suplica papá)
-Arranca, papi, mira cómo arranca (acelerando a fondo, en un lugar indeterminado del parking)

Me interesa. Me doy prisa.

(-Se acabó perder el tiempo. De ahora en adelante, lo único que pienso hacer es salir ahí fuera, encontrar a una mujer que no me guste mucho y ponerle un piso. Lorrie Moore. Pájaros de Nueva York.)