Mi  querida Big-Bang:

Pocas cosas hay más humillantes en la vida de una mujer que quedarse en bragüelas y suti y que un tipo en bata le mida los contornos de muslo y cintura. Después de haber dejado de comer fritanga, patatas y pan, el mísero resultado son dos centímetros. Y aquí entramos en terrenos resbaladizos. ¿Pueden dos centímetros cambiar tu vida? “Hay hombres que matarían por ganarlos”, dice el de la bata con cara de doble intención, mientras la mujer -yo-se tapa las lorzas como puede y decide que esa noche cenará un plato de chips con unas cervezas de importación. “Si no pierdes más es porque no tienes más que perder”, me advierte el tipo.

La felicidad puede cuantificarse con una cinta métrica. Sí, hay tipos que con cinco centímetros más se exhibirían por los gimnasios y lanzarían propuestas de retozo a desconocidas en lugar de esperar la llegada de la confianza para garantizarse que el sobresalto se neutraliza con cariño. Cuatro centímetros separan una talla de la siguiente. Y mi madre considera que soy una mamarrancha por empeñarme en ser un fósil de la 38 mientras airea las bondades de la cintura de mi hermana, hecha una sílfide gracias a la cavitación. Una técnica que suena a arqueología o incluso a física orgánica pero que en realidad se trata de romper las barreras de la grasa para entrar en la 38. “Jamía, yo consigo lo mismo metiendo tripa y me sale gratis”, le digo tiñosa como yo sola.

En casa, en cuestión de medidas, siempre hemos ido holgados de contorno de cabeza. Todos, menos yo, lo que me coloca en ese territorio de la sospecha. ¿Seré la menos inteligente del clan? Sin duda, así que pienso preguntarle al de la bata si tiene a bien transladar los dos cm del muslo al cráneo, para garantizarme un pensamiento más nítido, más complejo y elevado. Una reflexión cavitante, una talla más de supremacía intelectual que me faculte para entender a Habermas, un suponer, o citar a Z.Bauman en las cenas de sociedad a las que acostumbro a ir enfundada en looks de la 38 a veces reventones.

Que es exactamente lo que pienso hacer hoy con mi botín de looks de top model y un corsé ortopédico, si fuera necesario. Dos centímetros me separan de la dicha total. Pero la vida sin pan es triste y desconcertante para mi estómago y paso de entregarme a los mandatos de Dunkan, ese tipo que va de médico sin serlo y está matando de proteínas a varias generaciones. Meto tripa, me enfundo, allá voy!