Si te quitan el café, la leche de vaca, la cerveza, los mejillones en escabeche, los embutidos ricos  y una larga lista de placeres radicales no sólo te quitan los alimentos. Te quitan su contexto. Una mujer a dieta de contexto no puede arrancarse a escribir de madrugada, porque el simple gesto de llevarse la taza a la boca es un ritual como el del director de orquesta cuando ataca el introutus segundos después de elevar su batura, concentrado. 

Si te quitan el introitus te quitan las primeras palabras. “Y quiso dios que el mundo fuera mundo…” O algo así. Y te dejan un triste vaso de agua templada con limón que se lo va a tomar tu madre, dirías, pero callas y agachas la cabeza delante de esa requetemédica a juzgar por los diplomas y merecimientos que cuelgan de las paredes de la consulta, solemne y ataviada con dos óleos enormes, muy Julio Romero de Torres.

En la sala de espera, amplia como corresponde a la reputación oronda del barrio de Salamanca, unos alaridos al fondo del pasillo, como de loca Rochester del Torreón de Jane Eyre, te hielan la sangre. Te preguntas si esa misma sangre sin cafeína, sin cebada de birra, sin escabeche, reaccionará igual a las miserias y desequilibrios humanos. El mundo hierbas opina que somos lo que comemos, esa frase con pretensiones sesudas de corto alcance (corto como mi lista de alimentos permitidos quitando esos que  comen las vacas, las ovejas) . El mundo del concurso televisivo con ollas y sartenes -que miras como quien oye llover- piensa lo mismo. Y prepara tomate frito, esa delicia que también te han arrancado de la boca: “Ya verás qué bien te va a sentar quitarte todos estos ácidos”.

Ya veré, ya veré.

¿Adiós a la bilis es adiós a la indignación, al impulso apasionado? Y también a los vómitos calientes que te dejan tirada en la cuneta un verano, con dos niñas y una tortuga, en la devastación de un pueblo de Burgos, verbigracia. O en un aeropuerto internacional con muchas terminales y sin enfermería a la redonda.   Para esto hemos venido al vestíbulo de una casa señorial donde una mujer grita con una desesperación intolerable (que en breve, por efecto de la dieta,  me parecerá una respuesta desproporcionada a un estado carencial. No como el mío).

Al cólera le gusta el tomate. No te jode. Y las patatas fritas, desde luego. Tendré que buscar pan de centeno 100%, que casi todos los mezclan con trigo y el grano blanco es el enemigo. (“Una espiga dorada por el soooooooool”, cantábamos en las misas del colegio. Desaforadamente, sin duda por efecto de las lentejas, que también son ácidas).

Lentejas, comida de viejas. Al menos rejuveneceré, si no me mata el mono de café. Si dejo de sentir naúseas ante las leches de soja, de arroz, de almendra (tengo mucho donde elegir, soy taaan afortunada. Susto o muerte).  Y por supuesto, socialmente estoy muerta: “¿Unas cañas después del trabajo, rubia?”, me decían. “Sólo bebo zarzaparrilla, vaquero”, tendré que contestar. Me queda el comodín del público, una copa de vino. Tiemble Vega Sicilia. 

Por no hablar de mis noches de los jueves. Se acabaron para siempre el plato de mejillones en escabeche con una Mahou en pijama y delante de mi serie de turno (he vuelto a Homeland y aún estoy remisa a encariñarme con Carrie. Brodi me cae fatal. Saul Berenson/Íñigo Montoya es mi hombre, y bebe líquidos incógnitos en vasos opacos con pajita. ¿Será un preparado detox como los míos?. 

Una mujer détox es lo menos sexy que imagino, salvo en un retiro de hierbas con pantalones flojos y tofu y jengibre en la mochila. ¿Debo cambiar de estilo de parejas al cambiar de alimentos? ¿Miraré a los yoguis con deseo? Qué risa. Me veo tan new age que no casa con mi música. A partir de ahora se acabaron las cantatas, el rock y hasta los fados. Vengan esas versiones de hilo musical de sala de meditación para mentes horchata. Y nuevos libros en mi Taj Mahal, demasiado carnívora de letras y autores con vicios destacados. Fuera los grandes bebedores. Salvemos a los que cultivan la respiración consciente y la postura de la cobra. El mindfulness. (Bien pensado, estos fueron antes borrachos, drogadictos, pendencieros, y yo no puedo enseñorear ese historial. Mis credenciales tóxicas dan risa). Adiós hermanos Beat, welcome a la autoayuda llamada autosuicidio, esa devastación de letras tontas en tortilla. 

Mi vida entera está apunto de desintegrarse. Escribiré distinto, dejaré los tacones, mi vesícula será el órgano más exhibible, mi escote y mis caderas. Pediré a las chukis que a mi muerte lo pongan en una vitrina de cristal y lo paseen por la India cual reliquia de eremita desintoxicada de todo lo bueno. Es la hora del Kamasutra, la hora del Ommmhhhhh, la hora del tantra. La de la parsimonia, la de la paciencia y la templanza. Tendré que cambiar de amigos, de look y de pintores favoritos. 

Dejo de ser sulfúrica, me temo. Serán cuarenta días, igual que Jesucristo en el desierto. Espero que Satán no se persone a tentarme con un cocido completo desde la atalaya de un monte despoblado. Soy carne de cañón, mi voluntad flaquea y no he empezado. Mi condena hare krishna empieza hoy. Ya escucho los timbales.