Igual  que hemos pasado del encaje a las rayas por decreto de las pasarelas -al  Vogue de marzo me remito- hemos pasado de la “prima de riesgo” a la “imputación” o al “deshaucio” por decreto lingüístico.

La dictadura de la actualidad verbal es como la de la moda. Cada pocos meses marca sus pautas. Las palabras nos definen, nos contienen y nos colocan frente al mundo. Por eso hay que escogerlas cuidadosamente antes de arrojar el discurso a la alfombra roja donde un grupo de expertos más o menos esnobs sentados en el front row darán buena cuenta de ellas y, con aplausos o bostezos, las convertirán en tendencias de temporada.

Y no vale resistirse. (Yo no soy una fashion victim , dirás, pero luego comprarás en Zara y en H&M modelos sospechosamente inspirados en lo que los creadores han mostrado en Nueva York, París y Milán).

El deshaucio

Con las palabras, insisto, sucede lo mismo. No me detendré mucho en ese adjetivo que detesto emblemático– para no aburrir. Tampoco en esa expresión que odio –“eso no, lo siguiente”, que parece haberse quedado para siempre y que evita el desgaste mental con su fórmula pret-a-porter ya construida y fácilmente encajable en cualquier discurso. Es la camiseta gris, el vaquero que va con todo. Lo que te pones una mañana de resaca para no pensar.

Me refiero más a esas otras palabras que la realidad más salvaje ha puesto en nuestro camino. Decir  deshaucio-convendremos que hasta hace poco no tenía demasiado éxito en los discursos- se ha hecho imprescindible. Aún más ahora que va tristemente unida a “suicidio“. Si te quitan la casa y encima te matas, nadie debería poder mirar a otro lado. Contarlo, incorporarlo en el relato cotidiano, es una forma de asumir dónde estamos, quiénes somos y qué hemos sido capaces de hacer.

Con la imputación pasa algo parecido. Hay tantos imputados que las chukis me preguntan si ellas también pueden ser de eso. A la fuerza hemos aprendido que a veces es mejor que te imputen, porque si te llaman como testigo acuden ante el juez sin abogado ni perrito que te ladre, y puedes cagarla.

Cluedo

Los economistas, estrellas del rock&roll el pasado verano, han cedido las portadas a los jueces, abogados, espías, detectives y chorizos. ¿Bye bye Monopoli, bienvenido Cluedo?.

Hoy en la portada digital de un periódico nacional leo en titulares las palabras: INDIGNACIÓN, CIBERGUERRA, RIESGO, CORRUPCIÓN, REGISTRO Y ESPÍA. En los de la competencia, CRISIS, CORRUPCIÓN, CUENTA EN SUIZA, HUELGA, SOBRES.

Esa es la sopa de letras en la que mojamos nuestras vidas cada mañana. Sería estupendo que, como la moda, su reinado durase exactamente seis meses. Pero tiene toda la pinta de no ser así. Hay prendas, como los jeans de talle bajo o las cazadoras perfecto, que se han quedado para siempre. Se llaman clásicos.

Y lo que tiene un clásico es que se acaba convirtiendo en eso tan gris y llevable que llamamos cotidianidad. Y terminamos abusando de él. Como del adjetivo emblemático. Y pierde el sentido. Y es una pena.