Iba a hablar de Nabokov pero voy a hablaros -para empezar- de dos de mis sobrinas. Se llaman Raquel (12 años) y Daniela (14) y son hijas de distintos padres -mis hermanos-. Destacan porque desde bien pequeñas se preguntan y preguntan cuestiones nada “infantiles” a los adultos, y porque siempre tienen una curiosidad militante, voraz y genuina por todo.

“Cuéntame otra vez qué haces exactamente en tu trabajo”, me han preguntado por separado varias veces a lo largo de los años. Y parece que lo de la comunicación corporativa y el storytelling en Merck no les parece tan convincente, sólido y glamouroso como las entrevistas y reportajes que hacía en Vanity Fair, la escritura o mis informes para Naciones Unidas, porque suelen insistir en la cuestión cada año. (O puede que yo sea torpe en mi explicación y no esté a la altura de su exigencia).

“¿Puedo casarme con una chica aunque no sea lesbiana?” “¿Se puede ir a un colegio de curas sin creer en Dios?”. Raquel y Daniela nunca se conforman con respuestas pasapalabra. Preguntan esperando un desarrollo coherente y te clavan la mirada con fijeza para beberse cada sílaba de tu respuesta. Naturalmente, si ésta no sacia sus expectativas vuelven a la carga. No se conforman.

“La curiosidad es insubordinación en su forma más pura”. Lo pensó y lo dijo Nabokov, el padre de “Lolita” (ahora sí) mucho antes de que Daniela y Raquel nacieran. Insumisión, rebeldía, desacato, desobediencia, dice la RAE. Ser curioso/a es atreverse a desafiar los límites dede lo acordado, lo que se acepta, asume o se conviene. La senda segura marcada por las convenciones. Ser curioso/a es mantener intacto un territorio de la infancia que nada tiene que ver con las ñoñerías de ese lugar común tan usado de “el niño que llevas dentro” ligadas a la despreocupación, la inocencia o el disfrute.

Ser curioso es un salto al vacío, un compromiso con el conocimiento por descubrir que renueva sus votos cada segundo de tu vida.

De no ser por la pulsión de insubordinación, la humanidad no hubiera avanzado y estaríamos en la caverna (sin fuego, porque ese hallazgo debió ser fruto del tándem maravilloso que es curiosidad+azar). O más bien nos habríamos exterminado como especie. Pero lo que quiero decir en realidad es que buena parte de los jóvenes y adultos dejan de preguntarse y preguntar, y en ese momento certifican su muerte en vida.

No hay nada tan antierótico como la falta de curiosidad. Creo que hacer preguntas a los demás y a uno mismo es lo que te procura los encuentros más plenos, te rescata del tedio y te salva del nihilismo que impone la costumbre. Diría más, debería asignarse categoría de pecado capital al curioso/a cobarde. Si preguntas debes asumir el riesgo de encontrar una respuesta fallida o insuficiente; de emprender un camino de Oz que te destrozará muchos pares de brillantes zapatos rojos.

(Si encuentras una buena respuesta debes asumir el reto de ponerla en movimiento. Haz algo con tu hallazgo, no te lo quedes dentro! (¿el onanismo curioso lo persigue la religión???).

Siento debilidad por las personas que preguntan y no se conforman con cualquier respuesta. He dejado de frecuentar de una manera poco consciente a gente que jamás quería saber nada y en sus conversaciones utilizaba el tú como un subterfugio para regodearse en el yo. Admiro a los científicos/as y a los investigadores. A quienes tienen el tesón de buscar el hallazgo a base de destrozar hipótesis para levantar otras nuevas. De vez en cuando la vida me obliga a poner en duda mis “grandes certezas” y al desconcierto inicial suele suceder la pregunta: Y entonces… ¿qué?. O cómo. O por qué. Creo que cualquier proyecto en la vida empieza con una retahíla de interrogantes. Y mantener ese motor en marcha nos hace sentir vivos. Llámalo insubordinación. Llámalo rebeldía. Llámalo elixir de la eterna juventud.

P.D. Dedicado a Daniela y Raquel, a las que admiro mucho más que a muchas personas mayores, con el deseo ardiente de que jamás dejen de lanzar sus inquietudes al aire aunque a veces reciban gestos de impaciencia, de incomodidad, de asombro o de puro desconcierto. No claudiquéis jamás.