Vuelvo a los manchistas de la Fundación Mapfre (Los Machiaioli) como quien regresa al lugar del crimen. Algo me dejé olvidado y debo recuperarlo. Una emoción frente a un lienzo muy pequeño y apaisado donde una pareja camina por un campo de trigo seguida de la nanny y los niños. Recorro la planta baja casi sola. Me escolta un tipo en silla de ruedas. Un Stephen Hawking prisionero de una máquina con pantalla de ordenador incorporada que arroja cifras y letras y una boquilla que, de cuando en cuando, se mete en la boca. Tendrá algo menos de cincuenta. El pelo lacio, la mirada ávida y una voz extrañamente juvenil que si cierro los ojos me devuelve al pasillo de la universidad. Lo acompaña una mujer joven, morena, atractiva y ataviada con un jersey morado lleno de bolas y un pantalón ceñido de pana beige. Bolso barato y botas desgastadas.

El hombre le mira el culo cada vez que ella se vuelve para tratar de explicarle un cuadro. Ese amasijo de órganos inanes desea y tal vez se excita, pienso. Y el hallazgo me llena de curiosidad y esperanza.

-Mira, esos militares están luchando por su patria. Y mira ése, el caballo se aleja y él está en el suelo, destripado.

Me sorprende que ella explique a su acompañante, discapacitado, justo eso que él puede ver a la perfección. Ni siquiera lleva gafas. La vista es su órgano estrella. El superviviente de la catástrofe.

-La unificación de Italia no tuvo lugar hasta bien entrado el siglo XIX…murmura él. Y luego mira otra vez el culo a su compañera, que ahora no le escucha y mariposea por los cuadros como por las rebajas de El Corte Inglés. Rápida, ansiosa y con afán de encontrar un chollo para comentarlo a gritos.

La vigilante de la sala sin embargo no hace chissss para que baje la voz. Sin duda le impresionan la silla de ruedas, el ordenador, la pajita que él se lleva a la boca. Su pesada y ostentosa respiración.

No hay nadie más en la sala.

El hombre y yo coincidimos frente a un cuadro. Enseguida llega ella, impetuosa. Le dice: “Digan lo que digan estos pintores son impresionistas”
-Son anteriores al impresionismo. Italianos. Los impresonistas eran franceses, se atreve a replicar él.
-Son impresionistas y ya está.

La mujer le da la espalda, ligeramente irritada, y su culo vuelve a ocupar el plano principal. “La cara de él siempre está a la altura del culo de ella”, pienso. Y lo mismo no es el deseo el que lo arrastra a mirarlo, sino la necesidad de un objeto conocido donde refugiarse. El culo es su hogar y su reposo. Si hay culo hay compañía. Lo demás es una máquina metálica que no le dice tonterías sobre el arte. Que no le dice nada.

Encuentro mi cuadro, pero estoy demasiado pendiente de la pareja. Casi los espero para acompasarme con ellos en la sala. A esas alturas creo que podrían ser jefe y empleada. Fantaseo con la historia. ¿Puede la compasión ser un espejismo del amor? Quizás ella viene de una relación tormentosa y este hombre, piensa, no puede hacerle daño. Quizás él ha sentido al verla una pulsión de deseo. Un chispazo en su cuerpo muerto desde el cuello. Quizás se han acoplado y representan que son una pareja que queda a mediodía para comer deprisa y ver los cuadros que él ama. Y él paga por la compañía. Y ella se mete el sobre en el bolso cada fin de mes. Y aprieta el culo, y vuelve a casa contenta.

Termina la visita y me despido en silencio de ambos. El hombre me agradece que pulse el botón del ascensor. La mujer me mira y se encoge de hombros. No sé interpretar el gesto. Su culo victorioso nos precede cuando se abran las puertas que indican la salida.