Justo antes de leer la prensa digital pensaba escribir sobre la vuelta. El regreso de mis hijas, que alborotaron las costuras de la casa ayer por la tarde. El trasiego de maletas por el pasillo. Las bolsas con comida del viaje. El desorden alegre después de dos semanas donde todo quedaba justo en el lugar en que lo había dejado. Las manos fugitivas enviando wasaps, llamando a las abuelas. El asalto a la nevera. Las quejas por la cena. Los montones de ropa medio sucia, medio limpia. Las pugnas de sofá. La música en los cuartos. Las risas.

El hallazgo de todo lo que he tirado a la basura mientras decía que ordenaba. La puerta del baño apalancada: “Ya salgoooo. Vete al otro”. Las zapatillas en la cocina, tan huérfanas de pies. Los besos, las preguntas.  La plácida partida de cartas a tres bandas. Una timba que gané pese a que mis contrincantes han afilado su ingenio y parece que hubieran hecho un curso en un casino chungo de Las Vegas. Dormir con Minichuki, calentita a mi lado, sólo un día. “En mi cama había una araña, te lo juro”, argumentó, y yo la dejé porque sé que esto se acaba. Que ya no va a pedir dormir conmigo. “Te he echado de menos, pero menos que el año pasado. Este verano sólo te he llamado dos veces al día, mami, el otro fueron cuatro”. ¿Al año que viene será una?¿quién me llamará al trabajo y me dirá, con ese tono adulto de niña, sin embargo: “Yo bien, ¿y tú?”.

Y entonces leo la noticia: “El 28% de las jóvenes españolas entre 15 y 29 años piensan que el hombre agresivo resulta más atractivo”. Eso dice el Informe Jóvenes y género. El estado de la cuestión”, del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud.Que también asegura que un 30% de los hombres en esa franja de edad está de acuerdo con esta
frase: “Cuando una mujer es maltratada por su pareja, algo habrá hecho
ella para provocarlo”. Y no doy crédito.

Contengo el impulso de despertar a las niñas. Tengo que hablar con ellas. Es urgente saber lo que ellas piensan de esos tipos que creen que pelearse es una prueba de amor. De esas mujeres que aguantan estallidos de ira porque la reconciliación sabe más dulce. De esas relaciones basadas en vomitar sobre el otro los complejos, la culpa, los deseos incumplidos. Siempre me sorprende cuando voy en el Metro ver a esas parejas de adolescentes que muestran abundantes faltas de respeto y luego se pegan el lote como si nada hubiera sucedido.

Pienso en esos programas de televisión -los de “bobitos y bobitas”, yo los llamo- donde chicos y chicas de escasa educación y mímica arrabalera se hablan a gritos en un espectáculo lamentable que yo prohíbo en casa pero a veces me esquivan y sorprendo a mi mayor riéndose delante de esas caras en pugna con un vocabulario escaso y esa incapacidad de urdir los tiempos verbales. (Y sí, hay violentos bienhablados, y expedientes cum laude, ya me temo). Y trato de hacerle entender que es intolerable, y ella se me revuelve: “Mamá, que ya lo sé, es sólo un programa de la tele“. Pues prefiero que vea una película de guerra plagada de tiros y sangre como para trasnfundir a un hospital entero. Lo prefiero.

Lo peor de la violencia es que uno acaba insensibilizándose a medida que la tolera. Respeto y gentileza, eso es lo que quiero que aprendan mis hijas de lo que deben esperar de un hombre, de una mujer. No hay nada más sexy que la buena educación. Nada más atractivo que el discurso tranquilo. Nada más deseable que un hogar sin gritos ni broncas desatadas. El primer mandamiento del amor es la paz, diría desde la experiencia de muchos años y algunas relaciones. Y luego añádanse otros ingredientes, como en los buenos guisos.

No sé cómo hemos llegado a que casi un tercio de las chicas de la edad de mi hija mayor crean que un tipo agresivo es atractivo. Qué hemos hecho tan mal. Cómo hemos consentido que un modelo tan obsceno y peligroso se impusiera como excitante y evocador. El matón frente al justiciero. Hoy no me preocupa gran cosa que mis hijas tengan un expediente académico inmaculado, pero sí que entiendan que deben rechazar sin condiciones cualquier forma de violencia, los gritos, las trifulcas como estilo de relación. Quien te quiere no te hará llorar, en contra de ese refrán tan repugnante. Desterremos esa pseudocultura que enciende la mecha para hacer sentir a las parejas, sin darse cuenta de que terminan rotas,  calcinadas.