Trastevere

¿Podrías acaso fabricar una simple cerilla de madera con la que obtener fuego al rasparla contra una piedra?. Nos creemos tan importantes y tan modernos, con nuestros alunizajes y nuestros corazones artificiales…Pero, ¿qué ocurre si uno es arrojado a otro tiempo y se encuentra cara a cara con los antiguos griegos? (…) ¿Qué podrías decirle a un griego a lo que él no respondiera “Vaya cosa”? Don DeLillo. Ruido de fondo.

Mi adolescente anda preocupada porque el fin del mundo, según todas las previsiones, cae justo el día antes de su dieciséis cumpleaños. Y ella tiene grandes expectativas en esa edad en la que el cuerpo parece haber alcanzado sus hechuras y su cabeza, llena de pájaros alborotados por las hormonas, ha comenzado a alumbrar pensamientos propios. Y ya hoy, cuando se escucha, se le escapa una mueca que es una media sonrisa de reconocimiento, el asombro de saberse un poco más  dueña de sí, como una figura de barro donde ya se atisban tímidas formas y dos o tres aristas poderosas.

Hace unos años, creo que tres, nos fuimos las dos a Roma con mi hermana y mi sobrina, que andaba también por la edad del pavo. No paramos de pelear. Yo, alterada porque mi hija, lejos de trasportarse por la belleza del Trastévere y dejar de respirar en el circo romano, ponía mohínes de repelente y nos regalaba grandes frases del tipo: “¿Vamos a seguir viendo piedras viejas?” o “¿cuándo comemos? ¿cuándo descansamos? y ¡qué hotel más cutre!”.

-Mamá, esa no era yo. Me dijo hace unos meses, después de pedirme que la llevara a París, a Londres, a Lisboa a ver mundo, y yo responderle que no pensaba darle margaritas a los cerdos (esa expresión tan vulgar y tan contundente).

La respuesta me dejó suspendida en un pensamiento. Roma, una de mis ciudades favoritas (también de Woody Allen, al parecer), sería siempre un lugar ligado a mi vida como madre atribulada e imperfecta. De hecho, cuando volví, mucho más relajada y en bicicleta, reconocí los rincones exactos donde mi ado y yo habíamos tenido grandes broncas y el hallazgo me hizo sonreír. Me di cuenta de que hay ciudades que reclaman estados de ánimo concretos, y si no te expulsan como a un turista grosero que eructa dentro del Panteón. Ese lugar magnífico donde siempre que vuelvo levanto el cuello a su agujero del techo y sueño con que llueva y caiga el agua al suelo de mármol brillante. Una especie de milagro.

Mi adolescente, sin embargo, entró con desgana al templo y arrastró sus botas pesadamente, mientras yo contenía las ganas de pegarle una bofetada. Era una profanación y también una provocación. La rebeldía de un cuerpo que no se encontraba a gusto con su dueña. Pero yo entonces ardía de ira y no lo pensé.

A los dieciséis años, si no nos ha borrado el fin del mundo del planeta, toca empezar a una misma y de hecho ella ha empezado y comprobarlo es un espectáculo bonito. La escucho hablar con sus amigas y darles consejos cabales. Me sorprende por WhatsApp con palabras que no usa cuando habla, pero están ahí, alojadas en el mismo rincón de su cerebro donde se quedó un charco del Tíbet o el dolor de la Piedad. Una madre, un padre, es un ser impaciente que espera recoger la cosecha antes de tiempo. Pero cada hijo se toma el suyo y un día, cuando Nostradamus está a punto de volver a ser el amo y las despensas se llenan por si el mañana te pilla tititando entre escombros del salón, te brinda una frase que encierra todos tus esfuerzos, todas las noches en vela y algunas batallas campales en los Campos de Marte (y de Júpiter y Saturno)

-Mami, esa no era yo.

Y entonces recuerdas que tapoco eras tú la misma que pisó Roma por primera vez, un poco mayor que tu hija hoy, con la abuela Yaya, ni la que después la recorrió en un viaje de recién casada que incluía diez ciudades al galope, que la que la bailó una noche de juerga salvaje tras un estreno de cine y luego, con las gafas de sol bien caladas, salió a recorrerla al amanecer, con los adoquines de las calles recién puestos, milenarios y brillantes. Ni esa que hace apenas un año la montó en bicicleta durante tres días perfectos que se han grabado para siempre.

A Roma con amor…y sin esfuerzo?

P.D. Querido Woody, creo que podías haber contado una buena historia en A Roma con Amor. Si no lo haces tú, lo haré yo sin tu genio y en plan casero para que mis Chukis comprueben quiénes son en mí a través de los viajes. Y que salir es necesario para construirse a uno mismo. Y convertirse en panteón grandioso pero siempre con un agujero por donde deben caer todos esos quebrantos que nos hacen recordar que somos mejorables y que una revolución de las hormonas convierte cada Roma en una ciudad distinta, siempre sublime.

Quieran los dioses que mi hija supere el fin del mundo y cumpla sus dieciséis. Y viaje.

“La luna, único satélite de la tierra, estallará en medio de una noche húmeda, desencadenando con ello un caos en el flujo de las mareas y esparciendo tierra y escombros sobre amplias zonas de nuestro planeta. Los equipos de limpieza de los ovnis, sin embargo, colaborarán para evitar un desastre global y señalarán con su actuación la llegada de una era de paz y armonía!“. Don DeLillo.