Mi querida Big-Bang:

“Lo que eres me distrae de lo que dices”. El poeta estaba enamorado de una mujer poco letrada, digo yo, y la justificó en un verso universal que lo mismo vale para un político que para Belén Esteban. Me gusta la gente que brinda al otro una salida airosa a su torpeza. Sobre todo si lo hace por amor.

De todos los dones, el de la palabra es el que siempre hubiera querido poseer. Si mis ministros favoritos son Rubalcaba y Gabilondo no es por las decisiones que toman en sus respectivos negociados, no. Soy demasiado frívola como para fascinarme de un decreto ley o un pacto autonómico educativo que sabe a coitus interruptus. Esos dos hombres destacan por jugar con las palabras como Maradona con el balón. Construyen sujeto, verbo y predicado y una siente que ahí no falta ni sobra una coma. Y sobreviene el orgasmo de felicidad. ¿Dónde hay que votar?

La agresión verbal, por tanto, se me antoja la peor de las agresiones. Sobre todo si está bien hilada. Convendrás conmigo que duele mucho más un exabrupto de fondo que de forma. “Hubiera esperado de ti una consistencia intelectual, pero ya veo que tus cimientos se llaman Dior y Louboutin” es un tiro a mi línea de flotación. Mucho más demoledor que “tronka, eres una superficial del carajo la vela”. Que también me cuadra bastante.

Eso sí, detesto los rodeos dialécticos, el disimulo, la ocultación y la perífrasis. A mí me dijeron eso de la “claridad y concisión” y me lo creí hasta el fondo. Es decir, entre “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” y “lo que pasa en la calle” me quedo siempre con lo segundo. La vida es corta como para andarse por las ramas. Y si al final me vas a decir “estás nominada” no veo por qué tienes que marcarte un prólogo florido lleno de nada.

Desnudar el discurso es el strip-tease más excitante. Primero quitas un gerundio, después un adjetivo nauseabundo como “emblemático”, a continuación vas dejando caer suavemente un sustantivo de cinco sílabas y te quedas con el de tres. Suspiras con una corta interjección y te entra un calentón que ríete del de los fans de Shakira ante sus sacudidas de cadera.

Las palabras nos forman, nos conforman. Nos construyen y nos deconstruyen. No hay realidad sin que antes la hayamos nombrado, o igual sí, pero mola menos. Llamemos al día más diletante y perezoso “domingo”. Y seamos lo que decimos, o callemos para siempre.