Sólo las apariencias no engañan. Josef Albers

Ayer se inauguraba en la Fundación Juan March la exposición “Medios mínimos, efecto máximo”. Pero me produjo un efecto mínimo. Puede que porque la cerveza llegó después del recorrido fugaz por los cuadros geométrico coloristas del profesor de la Bauhaus nacido en Westfalia. Puede que porque no sentí que la obra me interpelara ni mucho ni poco, y a mí cuando no me preguntan me pongo mohína.

Puede que porque toda esa obra estéticamente impecable la imaginaba perfecta para el despacho del presidente de una empresa del IBEX 35 o en la sala de reuniones de una Fundación de las que alivian las conciencias de los banqueros y de los coleccionistas opulentos sin alma.

El racionalismo es frío como un témpano, aunque juega al despiste en ocasiones con el cromatismo loco pero encerrado en líneas que no se mueven ni con grúa. Hay personas Bauhaus, pensé. Abstractas, contenidas, que no traspiran y vuelven a casa con el pelo en su sitio y sin cercos en la camisa. Se diría que han ahogado sus emociones y las han encerrado en una urna de cristal bajo siete llaves.  Y el día que estallan ríete del Enola Gay.

Josef Albers

Naturalmente no me atrevo a denostar a una figura del arte como Albers. No sos vos, soy yo, le diría. Las incontinentes pedimos a gritos que nos remuevan, que nos agiten y luego, ya desmelenadas, nos acerquen las bandejas de los canapés. Pero Josef ni una cosa ni la otra, y en cambio un señor de los que convocaban al evento nos explicó cómo asegurarse de que en un cóctel nunca faltará el canapé en tu radio de acción: “Un amigo mío le da una propina generosa al camarero de turno nada más llegar. ¿Verdad que nos va a tratar usted fenomenal? Y no falla!”. Me pareció un comentario poco Bauhaus.

El arte y el desvelo social van de la mano, pero a mí cuando un cuadro me atrapa soy incapaz de masticar,  beber o besar. Hoy me he despertado dispuesta a empaparme de abstracción y op-art, y me he reconciliado un poco con Albers al saber que por sus manos pasaron , entre otros, mi admirado Richard Serra, Merce Cunningan o Cy Twombly.

 Y a menudo una parte del genio y el talento proceden del maestro. Que encima era poeta.