El crítico literario consideraba la novela “ingeniosa, pero no inteligente”. Hay dardos más envenenados, pero están en África y se lanzan con cerbatana.

A mí el ingenioso me ha hecho siempre una gracia relativa. Diría que es ese tipo que suelta un titular brillante y se echa a dormir en un texto plúmbeo. Se parece al graciosillo, que en realidad carece de todo sentido del humor que no sea a costa del escarnio ajeno. Suele ser poco inteligente. Lo justo para encender un cohete y asombrar a su cla con su fogonazo multicolor.

El inteligente, sin embargo, te brinda un espectáculo sin fuegos artificiales, pero de intensidad sostenida. Si es brillante, hará que nos riamos todos y se reirá de sí mismo.

El tonto raras veces se ríe de sí mismo, salvo por error de concepto. La versión culta del “error de bulto” o, en el plano más vulgar, el fallo de cojones.

Claro que cuando el crítico es lerdo y no lo sabe, nos encontramos ante una especie peligrosa. Va a juzgarte desde su hipermiopía intelectual. Y si tiene una pluma medio afilada concentrará su mala leche  en tres o cuatro términos heredados y demoledores. Después, se retirará a tratar de pensar por sí mismo. Ese ejercicio tan pesado como el Pilates que provoca hiperventilación. Como el Pilates.

La audacia suele ir ligada a la incompetencia, pero se supone que el mundo no hubiera progresado sin los aventureros. A mí, en esa categoría solía gustarme Jesús Calleja (Desafío Extremo) y sin embargo detesto a Frank de la Jungla. El primero se troncha de sus miserias y trata con exquisita educación a todo el que se cruza en su camino, que suele pasar por Katmandú. El otro es un gracioso con chanclas que despliega virulencia plagada de palabrotas contra su equipo y trata con elegante cortesía a las serpientes.

Si yo fuera crítica de televisión, líbreme el altísimo, y destilara mala baba, escribiría una columna titulara “Sólo para cobras”, y diría de Frank “ese listo tan poco inteligente que ama a los animales, come cucarachas para disparar el share y humilla a sus congéneres con toda la fuerza de sus abdominales”.

Luego me echaría a dormir, satisfecha al comprobar que mi ingenio está bien engrasado. Lo que debe sentir un crítico a poco inteligente que sea.