1.No sé si Javier Marías ha pecado de soberbia  al rechazar el Premio Nacional de Narrativa. Me da igual. Decirle a las instituciones ahí os quedéis con 20.000 eurazos me parece un acto de contundencia ante un regalo que casi nadie podría rechazar, y menos en estos tiempos. Me gusta este hombre coqueto que durante años puso en la contra de sus libros la misma foto juvenil. Me parecen deslumbrantes sus arranques de novela. Y aún recuerdo la sensación de haber abierto las páginas de “Corazón tan Blanco” en 1992 y recorrer frenética, en un vuelco, esas primeras líneas que son ya leyenda:  «No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no
era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas,
entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa,
se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola…»
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2.El máximo lujo de mi semana ha sido cenar con dos amigos en un restaurante manchego donde no había más clientes que nosotros y el artífice del morteruelo más exquisito de la historia de los morteruelos. Ese plato que suele ser indigesto por grasiento y que fue una explosión de sabores de campo y caza, sin estridencias y con todos los matices que seducen al paladar de los viajeros curiosos que preguntan y escuchan y beben vino.  El placer de probar platos medievales fruto de una investigación sin esa vitola de esnobismo que a veces acompaña al chef que se explica y que aquí reparte su contundente excentricidad; “¿El café de de Cuenca? ¿No, verdad? ¡Pues no hay café!”

3.La curiosidad es sexy. Delante que un hombre que mira y toma nota de lo que ve, lo relaciona y lo envuelve en una historia estoy rendida de antemano. Quizás por eso le perdono a Javier Marías lo de la foto; y quizás por eso me alejo hasta de los guapos si no preguntan. Esto vale, desde luego, para las mujeres, pero en la amistad soy más flexible, me parece. Puede que la madurez tenga que ver con enamorarse por el oído más que por la vista. Y si fuera la princesa del cuento de Juan sin Miedo le pediría a mi padre que en lugar de someter a los candidatos a una noche de terror les hiciera contarme relatos hasta el alba o hacerme tres preguntas, en su defecto.

4.A cierta edad hay que superar dicotomías clásicas, como ser de Paul Newman o Robert Redford. Hay que perdonar esas taras de las personas que amamos, como la impuntualidad crónica o el autismo selectivo. Hay que escuchar música de artistas desconocidos y hay que encajar la decepción y la culpa en algún hueco de alguna estantería de la casa.

5.El suelo de tu vida es tu casa y esas intendencias que te resolvía un ángel de la guarda rumano que te acaba de anunciar que se va en busca de otra vida. Y entonces te das cuenta de hasta qué punto pusiste tu vida y la de tus chukis en su manos, nerviosas y nobles. Y le cuentas a la enana que llora sin consuelo que las personas llegan a nosotros, nos acompañan un trecho y el camino y a veces se van, y hay que dejarlas. Pero ella no lo entiende, y una parte de ti parece que tampoco.

P.D. Hoy os pongo la música que me regaló anoche el hombre que cuenta historias y baila aunque no se mueva de la silla. Calle Trece.