-No -dijo el Principito-. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”?


-¡Ah!…, es una cosa muy olvidada -respondió el zorro-. Significa “crear lazos”.


-¿Crear lazos? -preguntó el Principito.


-Así
es -confirmó el zorro- Tú para mí, no eres más que un jovencito
semejante a cien mil muchachitos. Además, no te necesito. Tampoco tú a
mí. No soy para ti más que un zorro parecido a cien mil zorros. En
cambio, si me domesticas…, sentiremos necesidad uno del otro. Serás para
mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo
. (El Principito). 
No recuerdo la primera vez que leí a Antoine de Saint-Exupéry. Era una niña, desde luego, y me pareció que el Principito era un ser extraño y revolucionario que hacía que las bóas comieran elefantes y hablaba de domesticar como de hacer amigos. Cuando fui madre se lo regalé a mis hijas y recuerdo haberlo hojeado de nuevo y haberme vuelto a deslumbrar con esos diálogos aparentemente simples que encierran un misterio. El cuento había crecido conmigo y me daba claves desde el desafío de esas ilustraciones bellas y toda la excentricidad de una frase incógnita que no ha envejecido.
Serás para mí único en el mundo.
Debo confesar que siempre preferí a este pequeño lunático que al Platero de Juanramón. Que al Príncipe de la Bella Durmiente. Que a los animales absurdos de los insoportables poemas de Gloria Fuertes (espero ser perdonada pero ya de niña sentía impulsos irrefrenables de estrangular a esa mujer).  También que no siento apego por lo naif por infantil, sino por su capacidad de tornarse haiku. La simpleza con tantas capas como una matroska. No me atraen los simples salvo cuando su ausencia de pliegues obedece a que no han rendido su pureza. Su capacidad de asombro. Su confianza en el hombre.  La infancia como un papel en blanco me aburre que me mata. El cine infantil como género siempre propicié que fuera un plan de padre con hijas. Detesto las braguitas con muñecos, las princesitas Disney, la Colonia Chispas y los especiales de moda infantil en las revistas que visten a niñas y niños de fashion victims con mohínes diabólicos de seducción. 
No encuentro encanto alguno en ese empeño terco del cuerpo en experimentar brotes de piernas y brazos sin que el cerebro se estire lo más mínimo. El dadaísmo lo admito si extermina al dios Dadá. El balbuceo sólo si compone una melodía. 
Pero pocas películas me resultan tan bellas como Big Fish, ese cuento delicioso que ha perpretado un niño díscolo llamado Tim Burton desde la sabiduría adulta de tocar esos resortes de la fantasía, el valor, la amistad, el desapego, la tolerancia y el amor, y que nos ha acompañado tantos viernes de chicas en mi casa. El cine adulto para niños y padres, frente a esos bodrios infantiloides que anestesian a uno y someten a los otros en las largas tardes de tedio de un domingo cualquiera.
-Debes
tener suficiente paciencia -respondió el zorro- En un principio, te
sentarás a cierta distancia, algo lejos de mi sobre la hierba. Yo te
miraré de reojo y tú no dirás nada. La palabra suele ser fuente de
malentendidos.
Cada día podrás sentarte un poco más cerca.
Tiene razón el zorro sabio. La palabra suele ser fuente de malentendidos. A veces conviene domesticarla, como la amistad exuperiana. Evitar que brote libre si no aporta todos los elementos para expresar algo sin dañar al otro.  Creo que voy a releer de nuevo El Principito para desintoxicar mis desmanes adultos y enamorarme otra vez de ese marciano viejo. Quiero pedir a un extraño que me dibuje un sombrero. Asumir que lo esencial es invisible a los ojos. Buscar gallinas para mi nuevo amigo. Esperarle a las tres y que irrumpa a las cuatro. Dejarme impresionar por el relato. Juzgar lo preciso, amordazar al juez. 
Volver a disculparme por llamar cuento infantil a una historia adulta. Lo mismo sigo siendo una niña curiosa que suelta palabras y responde sin música a lo que nadie le había preguntado.

-Lo
mejor es venir siempre a la misma hora -dijo el zorro- Si sé que vienes a
las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A
medida que se acerque la hora más feliz me sentiré. A las cuatro estaré
agitado e inquieto; comenzaré a descubrir el precio de la felicidad.
En
cambio, si vienes a distintas horas, no sabré nunca en qué momento
preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.