Leo que añoche el Premio Nadal recayó sobre una mujer, Carmen Amoraga, “persistente participante en premios literarios de primera fila con
novela de sentimientos y centradas en personajes femeninos, una
combinación con la que los editores cuenta como fórmula segura” y se me enciende/incendia la primera alarma 2014. Ignoro si esa señora escribe bien o mal, pero ser “persistente” suena a ser pesada, novela de sentimiento a culebrón venezolano (sí, Tolstoi, Stendhal o Clarín también las escribían y eran machotes, pero los autores de hoy son hombres de acción, según se desprende de esta crónica que estrena mi lunes) y “personajes femeninos” tiene un tufillo a reclamo de sección de lencería, bragas y corsés.

O lo mismo soy yo la que alberga un ejército de prejuicios, que también podría ser.

Hacer del sentimiento un argumento es torticero, miope, sesgado, desafortunado en cualquier caso. Las crónicas de  las novelas de John Banville, de Ian McEwan o de Cormac McCarthy no suelen centrarse en lo que sienten sus personajes (por lo general a los personajes les da por sentir, tienen esa querencia  salvo que el personaje sea un psicópata), sino en lo que transpira la trama, los valores y la visión del mundo parapetada tras una estructura literaria que no admite dudas de solidez.

Carmen Amoraga y Ana María Matute

Y luego te gusta o no te gusta.

No creo que sentir sea una cualidad femenina como no creo que la acción sea cosa de hombres. Anoche el rumor era que el premio se lo iba a llevar una mujer “porque los últimos años ha recaído en  manos de escritores”, decía la crónica del Telediario nacional. Me pareció un argumento de peso. Les toca a las nenas. Abran paso que llegan ellas, pobres, cargadas de sentimientos low fat y dramas lacrimógenos. ‘La vida era eso’, así se titula la novela de Amoraga, “relata la reacción de una mujer tras enviudar inopinadamente”, reza la crónica. Excitante.

Con ese reclamo yo no leería jamás el libro. Enviudar, aunque sea “inopinadamente”, no otorga interés a nadie (salvo a la Pantoja en su momento)  y mucho menos arma una historia aunque la firme una opositora “persistente” como lluvia malaya a premio literario de categoría. Me parece que el territorio sigue trillado de enemigos. Guerrilleros sudados que no sueltan la bayoneta si no es para fumarse un puro (y algunos son mujeres, no vayais a pensar). Querida Carmen Amoraga, quienquiera que seas, te han hecho un flaco favor poniéndote la etiqueta de “sensible”. Yo que tú iría a quejarme al departamento de atención al cliente. Espero que estés bien pertrechada de argumentos literarios para defender tu obra, aunque pienso que las obras se tiene que defender solas. Lo demás es marketing y es cosa de las editoriales. Pero si no lo haces eres carne de cañón y carne de sección de oportunidades en el VIPS.

El sentimiento es como la virginidad. Hay que perderlo para perderle el miedo. Y conviene que sea en un ambiente proclive, amable  y sin sobresaltos. Toda historia, me parece, protagonizada por un ser humano tiene emoción, pero hay que saber administrar bien las medidas y, desde luego, las palabras. Pero vivimos inmersos en un bazar de sentimientos baratos adornados con toneladas de cursilería que recuerdan a esas postales de amor con puesta de sol y contraluz. Los muros de Facebook están llenos de almíbar de baja consistencia intelectual, que al empachar deja un regusto naúsea en el estómago y aturde los sentidos. Versos de rapsoda aficionado, fast food con muchos fans que aprietan el “like” con desenfado y se arrellanan en el sofá.

Hoy empieza todo y empiezo entonando un vade retro a los clichés, aunque a menudo caiga en ellos. Hoy empiezo un curso de relato donde espero oír historias y no folletines cargados de sentimiento y con pobre armazón argumental. A menudo los talleres literarios están llenos de mujeres, por cierto. No sé qué pasa con los hombres, pero los echo de menos porque los gineceos no me atraen, con el de mi casa tengo suficiente. Me gusta leer buenos libros y hay pocas autoras contemporáneas en mi mesilla/pista de despegue. Alice Munro se ha quedado a vivir allí, defendiendo su posición en una trinchera de hombres hechos y derechos, y siempre dejo sitio a Lorrie Moore o a Flannery O´Connor. Pero no pienso militar el feminismo cultural, lo siento mi querida y admirada Laura Freixas. Ni pienso leer a Carmen Amoraga o lo mismo sí, aunque sólo sea para calibrar el andamio de una historia que se ha condenado de antemano a la liga de las chicas, esas que sienten y enviudan y se pasan la vida escribiendo mensajes en una botella que lanzan al mar a la espera de un pescador descubra poesía y la venda en unos grandes almacenes llenos de consumidores que pagan por sentir y por llorar.

Lo dejo ya, que es lunes para mi cuerpo y martes en el calendario. Los dioses protejan a la literatura de mujeres de las plumas de quienes la glosan. Ese es mi deseo para hoy. Por mi parte, el día que publique, si es que llega, tengo claro que lo haré bajo pseudónimo de hombre. Como Fermín Caballero. Como tantas otras. Los tiempos no han cambiado demasiado, diga lo que diga Bob Dylan.