Escribo en condiciones altamente mejorables. Fuera de la casita playera familiar, con la Enfermera del Amor a mi lado leyendo envuelta en una sábana  como la momia de Nosferatu y yo en una silla de las que llevan las señoras a la orilla del mar que me obliga a mantener la postura del astronauta, medio tumbada y con los brazos en extensión al mando de una nave inexistente.

En adelante, la postura Cabo Cañaveral.

Además, me he venido sin el cargador de batería, de modo que este texto se podría autodestruir en tres, dos, uno… y mi teléfono móvil se ha vuelto loco y no me permite contestar con su sistemá táctil superferolítico. Cuando quiero dar a la “s”  me sale, por ejemplo “jftrv”, todo seguido, y mi interlocutor, al otro lado, me responde con un lacónico: “Veo que has arreglado tu teléfono”.

Pero que sepáis, dioses de la tecnología, que no vais a conseguir doblegarme. Respecto al teléfono, debo regresar a Lavapiés, el barrio donde me pusieron el cristal nuevo que inició mi cadena de desgracias. Allí por un módico precio -lo barato sale caro- me repararon la catástrofe a las once de la noche, y casi me eché en los brazos del indio (que resultó ser chileno) cuando me lo devolvió rutilante y con cara de “a ver si dejas ya de jugar apalabrados con tus amiguitas en una montaña rusa, nena, que hace tiempo que pasaste la adolescencia”.

Mi adolescente, por su parte, había descubierto días atrás la pantalla rota en una bellísima tela de araña, y me llamó preocupada diciendo: “Mami, ¿la he roto yo?”, porque a la pobre la tengo traumatizada con que no se acerque a mis gadgets tecnológicos, y cuando le respondí suspiró aliviada y me dijo: “Es que no cuidas tus cosas, todo el día wasapeando sin parar”.

Toda madre ha experimentado la bronca de sus hijos por razones por las que suele abroncar ella. Es la venganza de san Pito Pato, y resulta un baño contra la soberbia de la autoridad. Que una adolescente te explique los motivos por los que debes cerrar ya la tapa de tu Aple o desconectar el móvil tiene su gracia y significa que las miles de veces que le sueltas la letanía a lo largo del año han tenido su efecto. O sea, que sorda no es. Otra cosa es que te obedezca.

Pero a lo que voy es a que lo mismo no puedo colgar esta birria. Houston, tenemos un problema. Mi espalda se resiente y debo ensayar la postura del loto o salir a correr a una playa del Sur que en nada se parece a las mías porque no se mueve, no respira. Voy por el segundo café en un descansillo y se me clavan las púas de los aloe vera que mi madre cultiva con amor. Me están acribillando los mosquitos. Me quedan pocos minutos de batería.

No diréis que no tengo una determinación a prueba de bomba.