Mi querida Big Bang,

Tengo delante de mí una maleta dispuesta a engullirme, con las fauces abiertas como un león de documental de la 2. De los del Serengueti. Mi salón es África, pero ni rastro de Robert Redford ni de su avioneta. Claro, leí en la peluquería el otro día que el actor acaba de casarse a los 72 años y debe andar de luna de miel en algún geriátrico para viejas glorias con mechas.

Yo, para mechas, me quedo con las de Jesús Calleja, el de “Desafío Extremo” (Cuatro). Mis amigas piensan que es una desviación propia de la edad, pero juro que nunca fui fan de nadie, ni siquiera de Leif Garret, otro yogurían con mechas que a mi hermana le disparaba las hormonas en los ochenta. Lo de mi Calleja es otra cosa. Tiene algo de Madelman y algo de doña Rogelia. Es el único “ochomilero” que se deja grabar con legañas o meando al borde del camino. Que dice “contra más tenses la cuerda, mejor” y una no siente que le han dado una patada en el hígado modelo RAE que lleva dentro. Mi Calleja se bandea por tierra, mar y aire y, en situaciones extremas, en lo alto del Himalaya, aguanta días sin lavarse otra cosa que…sus mechas.

Un hombre que cuida de sus mechas a ocho mil metros es un héroe que cuidará de tu sérum nutritivo en medio del desierto, si es preciso. Un ser que tiene claro sus prioridades. Y a mí eso me estimula y sirve como ejemplo para mi maleta. Veamos: a mi derecha, las lecturas del verano: Carver (“De qué hablamos cuando hablamos de amor”), Kureishi (“El buda de los suburbios”) y Bolaño (“Putas asesinas”). A mi izquierda, Crema hidratante del Mar Muerto “contra celulitis y adiposidades localizadas”, gel tensor anticaída de senos “que tonifica, alisa y eleva sutilmente”, y “ampollas efecto flash para borrar los rastros de fatiga”.

He de elegir. ¿Corto cable rojo o cable azul?. Pienso en esos miles de fans potenciales dispuestos a fascinarse con una conversación literaria a la sombra de un sauce llorón. Pienso en mi Calleja, en su avioneta y en todos los hombres con mechas que defienden su virilidad con un buen tinte rubio canario. Cierro los ojos, agarro las cremas y las lanzo al único hueco libre de la maleta, que cierra sus fauces de golpe sin darme pie al arrepentimiento…Bon Voyage!