Antonio López

Atención, pregunta: ¿Uno es el modo en que procede con el tubo de pasta de dientes?

Es decir, ¿que si lo hace cuidadosamente, presionando desde el borde hacia arriba para que el contenido ascienda en orden y homogéneo, se le supone metódico, ordenado, cerebral, detallista, tierno, delicado… puntilloso?

Y si, por el contrario,  coge(s) y presiona(s) con fuerza donde caen los dedos, que suele ser a media asta, y estruja(s) y dejas el tubo más desbaratado que un bailarín de breakdance en trance psicodélico, se le (te) sentenciará de indómita, adicta a la entropía, descuidada,  un tanque enloquecido que pisotea un jardín de tulipanes?

Y más aún. Si –horreur– tras someter a la pasta de dientes a un maltrato irremediable olvida(s) cerrar el tapón hasta el fin de la rosca. ¿Eres un deshecho convivencial?¿la prueba de que jamás podrá(s) compartir cuarto de baño más que con las fieras habituales, esas que a veces sueltan el cepillo de dientes en el lavabo y dejan rastros de enjuague sin tratar de imitar una instalación de Daniel Canogar o un cuadro del primer Antonio López?

Últimamente reflexiono sobre cuestiones de ámbito local. O sea, esas aparentemente banales que encierran una revolución.  El asunto me está ayudando a conocer un yo poco fotogénico, pero a estas alturas de la biografía conviene rematar los puntos negros. Esos que sepultamos con frases aprendidas que en realidad ocultan contradicciones siderales.

¿Qué significa que uno descuide el dentrífico pero dedique los tres minutos reglamentarios más algunos segundos de extra bonus a limpiarse los dientes, hasta lograr un bruñido casi perfecto que ni Julia Roberts?, y luego proceda con el hilo dental, ese enemigo que te maltrata las encías por tu bien mientras bostezas y el sueño, irritable y frágil,  te ordena ir a la cama.

Los adentros. Los afueras. Y el adentro del afuera.

Pero iré más lejos en mi ambición teórica: ¿Uno es como es en el cuarto de baño, allá donde nadie le ve? El reducto más privado, la cámara sellada de nuestra intimidad.

¿Se es como se procede en la más absoluta soledad? ¿Se es como se tienen los cajones, los cuartos de la plancha, el armario de los zapatos? El totum revolutum de la mesilla. El botiquín de urgencias. La carne y el pescado en el congelador. 

Conozco y admiro profundamente a alguien que al hacer la maleta dobla cuidadosamente la ropa sucia como si estuviera limpia. Las camisas perfectamente abotonadas. Las mangas plegadas con cartabón. El cuello sin desmayos laterales. Contemplar el modo en que construye con material de derribo, esa morosidad que impone un orden poderoso, es un espectáculo magnético. Uno piensa que alguien así es una garantía de cariño sin desmayo. Un amante cuidadoso hasta el último estertor de tu placer. Un soldado que resiste la inspección del sargento más exigente y borde del cuartel.

(Diría que el equivalente a contemplar el forro de una prenda y comprobar que las puntadas son diminutas, homogéneas, invisibles pese a que no están para lucirse).

Hay hombres y mujeres que no resisten su propio envés. Y darse cuenta de que a veces cosemos los adentros a la remanguillé es una gran lección para la vida.

Eres -ya termino- lo que muestra tu maleta a la vuelta de un viaje. Abierta, desvergonzada y triste. Unas sandalias de fiesta doradas, de tacón tirturador,  junto a las Nike de la carrera. Una pila de camisetas aparentemente iguales que solo tú distingues porque el corte esculpe distintas siluetas. Ropa interior para diez días aunque el puente eran tres. El neceser con barras de labios rojas como para un coro de mil bailarinas de burlesque capitaneadas por Dita Von Teese. Dos bañadores negros y un bikini para un día de playa. Un libro por si acaso, el rescate salvífico de las palabras bien urdidas. Un look de fiesta resudado por frenéticos bailes, tan gozosos. Bastoncillos para trepanarte los oídos, tapones para compartir sueño con el increíble Hulk en plena transformación a fiera corrupia,  si procediese. Tres perfumes para ser tres damas y una de ellas muy desvergonzada.

Y, al fondo del neceser, desmayada, una pasta de dientes hecha trizas que esta mañana, como en un acto de justicia poética, repasaste cuidadosa, del extremo al tapón hasta dejarla simétrica y lista para un baño compartido, si procede…