“Si el hombre que te rompió el corazón te pide amistad en Facebook, ¿qué debes hacer?”

Respondo a mi interlocutora que aceptarlo y cerrar el círculo. Toda historia requiere un remate, aunque sea póstumo. Las partidas de ajedrez de acaban en tablas siempre me parecieron frustrantes. A los cuarenta y tantos ya tienes una certeza: lo que se queda pendiente termina saliendo y huele fatal. Lo hablaba el otro día con mi amigo M. Un hombre dulce que se ha enamorado de una mujer volcánica. M. y yo solemos hacernos coaching sentimental mutuamente y sin planificarlo. Es un amigo de pocos años, nos vemos cada dos o tres meses y sin embargo cada vez es como retomar una conversación reciente, al estilo Fray Luis de León. “Decíamos ayer…”.

Casa Manolo

M y yo quedamos a horas raras -las dos y diez- y nos abrazamos, me dice que estoy guapa aunque no lo esté y me pone su corazón sobre la mesa, justo al lado del plato del menú del día de Casa Manolo, ese lugar donde la camarera solía maltratarnos y ahora, a fuerza de besarla, nos adora. Yo hago lo propio, y comienzan a pasar los minutos mientras él devana historias -es un brillante narrador- y yo me llevo el gazpacho a la boca, sin pestañear. Entonces, hay un instante en que él deja caer una última frase desmayada que suele terminar en un “¿no?” y yo entiendo que es mi turno. Dejo el gazpacho a un lado y arranco mi confesión utilizando su final de frase como arranque de la mía, al estilo de las novelas de Toni Morrison. Un ejemplo: M:”… Y se fue hecha una furia tras cerrar dando un portazo”.

-Su último portazo no ha sido el definitivo, verás, pero sí un tanto más doloroso. Ella hubiera querido decir algo, pero las palabras se estrangulaban en la garganta y sentía cierto mareo tras las cerveza que no debió tomar…Salió a la calle, se desorientó como tantas veces y deambuló una hora con la batidora de sus pensamientos enloquecida y al galope.

M. me mira fijo a los ojos, diría que es más elegante que yo y ni siquiera toca su comida. Me escucha con cada molécula de su cuerpo y jamás me juzga, así que puedo abrir todas las compuertas y dejar que salga el agua y sus ponzoñas porque siempre encontraré un deje de comprensión, una sonrisa que me indulta y me acoge mientras voy confesando mis flaquezas y él responde con las suyas, y yo me pongo en el lugar de la volcánica y le hago de espejo, y al final le recuerdo que siempre iré en su equipo. En la salud y en la enfermedad.

No sé quién se inventó esa estupidez de que un hombre y una mujer, a priori heterosexuales, no pueden ser amigos. Creo que sí, y que es una conquista. Le cuento a M. que en un mismo día se manifestaron los cinco hombres importantes de mi vida. Uno por Internet, dos por teléfono, a otro me lo encontré por la calle y con el quinto hubo rayos y truenos. Me mira con cara interrogante, a la espera de una lectura de las mías.

-¿Quieres decir que fue cosa de los astros?, inquiere al fin.
-Quiero decir que vaya mierda de currículum sentimental…

Termino ya con una definición que a mí me vale. Un amigo es un hombre ante el que mostrar tus debilidades como los michelines de tu cintura, si es menester. Un hombre capaz de quitarse la armadura y confesarte que ha llegado a la conclusión de que es un mediocre. Un tipo que te muestra su reverso mientras tú le haces tu striptease y después os tomáis los canelones y comentáis que ayer, tras el portazo, el hueco del dolor te hizo escribir un relato muy extraño (tú). O que está deseando llegar a casa para poder dormir con sus perros, y pasar las horas viendo fotos (él), y aún te pregunta cómo ves lo de la chica y el futuro…Y tú le adviertes que no eres la más indicada para dar consejos sentimentales, pero allá va el último, al estilo Toni Morrison:

-La chica y el futuro avanzaban por la orilla y un perro las seguía con cierto desinterés y una leve cojera en su pata izquierda. Entonces él la miró desde lejos y buscó en su silueta el principio de todo. Aquello que le volvió loco y diletante. Y se tumbó con su dolor al lado y todas las dudas revoloteando sobre la sombrilla… Y se dijo que tenía que pensar. Y pensó.