Mi querida Big-Bang:

Cuando era pequeña apenas dormía antes de la vuelta al colegio. Mis Chukis, que yo sepa, llevan toda la noche roncando como benditas roedoras. Cuando era pequeña heredaba los libros de mi hermana que, como no era la hooligan de las dos, me los pasaba aceptablemente bien, salvo algún rayón despistado en la página 20 o en la 56. El uniforme también era de segundo cuerpo, convenientemente alargado por los bajos. Y cuando la monja leía la lista por primera vez mi nombre también resultaba ser de segunda mano. Y mi fama me precedía, aunque en realidad era la fama de mi hermana.

Entenderás que mi infancia ha sido dura. Que para estrenar algo he tenido que pelear duro, y elegir las ramas que no elegía ella. Si M. era dócil, yo debía ser rebelde. Si le gustaban los rubios, tirar más hacia los morenos. Si elegía la comedia romántica, lo mío sería el gore.

Ir contranatura es agotador. Un día alguien te pregunta por qué estás conduciendo por el carril izquierdo y tú respondes: “porque mi hermana lo hace por el derecho”. Hay estudios bien fundamentados que hablan de los medianos como carne de reformatorio, aunque lo hacen con eufemismos. Los segundos, son, aseguran, más “creativos”. Y la creatividad es ese cajón de sastre donde lo mismo cabe un Dalí que un Charles Manson.

Mediano, además, es casi lo mismo que mediocre. ¿Cómo puede ser uno brillante si lleva heredando uniformes con tejido príncipe de Gales toda su vida? ¿Se puede ser genial cuando tu nombre ya no choca en los oídos de la monja, que lo archiva cual secuela mejorable? ¿Es posible destacar entre tus compañeras si tu libro de historia del arte no huele a papel nuevo y a cola, sino a restos del bocata de queso de tu hermana? Evidentemente, no.

Quiero un pasado único e intransferible. Superar el estigma de la familia numerosa, Una habitación propia, como la Woolf (pero sin sus taras, con las mías voy servida). Quiero un estuche nuevecito y rechinflante con pinturas de colores que estrenaré yo solita. Quiero un apellido que sorprenda por ser dicho por primera vez, aunque sea en el pasillo de los calabozos de la Audiencia Nacional. Necesito mis quince minutos de gloria no heredada o mi condición de segundona va a convertirme en carne de centro de día para chungos. Esa fórmula eufemística del manicomio, que debió cambiar de nombre para que los locos estrenaran algo. No como yo…

Ahí queda eso. Te dejo un nuevo agujero negro por tapar. La buena noticia es que el cole empieza hoy y, si haces bien tus deberes, lo mismo en junio me licencias del diván, que ya huele. Por cierto, nada me complacería más que saber que soy la primera paciente con un síndrome de herencia forzosa cercano a la neurosis. En caso afirmativo puedes publicarlo con mi nombre real y un posado close up en el Psicologies ése donde escribes, bajo el título: “Segundonas. Cómo sobrevivir sin un estreno en condiciones”. No dirás que no te lo doy masticado.