Hay un tipo de acoso no catalogado en los ensayos de moral. Sucede cuando el otro asume que piensas igual que él sobre un asunto, y lleva la conversación por unos derroteros donde el desacuerdo no se contempla. La unanimidad ha sido siempre lesiva y sospechosa.

El acosador puede arrancar con un principio que nadie puede rebatir, del tipo “los hombres sin palabra son indeseables”. Tú sacudes la cabeza, desde luego, y esperas que Zaratustra te sorprenda con otra gran revelación. Y entonces llega: “Yo es que soy muy sincero, ya me conoces”.

Cuando un sincero militante entra en tu vida, es menester salir por la ventana. El sincero confeso suele ser un impertinente embozado. Un Atila sin remilgos que arrasará tus campos y se meará en ellos antes de marchar. El sincero, digo, se parece al acosador moral en que da por sentado que nadie en su sano juicio objeraría a un principio tan obvio, a un material tan esponjoso y dulce como la verdad.

Pero la verdad la carga el mismo Satanás. Y la culpa de todo la tiene Moisés. Ese tipo con barbas que agarró unas tablas, se marcó unos mandamientos por inspiración divina -algo a lo que tampoco nadie pondría pegas, vive dios- y salió urbe et orbe a decir que la verdad nos haría libres (bueno, él no, su jefe, pero tanto da). Y el vulgo interpretó la cosa a su manera y acuñó verdades filosóficas del tipo “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”. Y las abuelas corrieron el bulo de generación en generación. Aunque por fortuna Mark Twain aportó una versión más intelectual. Una fórmula de salón: “Hay tres clases de mentiras: La mentira, la maldita mentira y las estadísticas”.

Personalmente, me gustan los mentirosos que no engañan. Esos que construyen una trola a sabiendas de que no te la crees, pero la asumes como asumes el foie en un restaurante francés o el arroz La Fallera en una boda. La mentira bien armada es un cuadro con distintos planos y dos o tres escorzos. Un paseo por un bosque inglés. La verdad es versallesca y aburrida. Simétrica y pulcra. Un asco destinado a mentes sin relieve. A espíritus alérgicos a la fantasía. La verdad se me antoja frígida y estática.

…Y sin embargo la mentira no es apta para todos los públicos. Está bien que te mienta un amante, un trilero o un adolescente furibundo. Es aceptable, forma parte del prospecto del amor, el juego y las hormonas. Pero que te mientan los tipos que mueven el mundo, que deciden quién entra y quién sale, en qué se gasta tu dinero y cómo respirarás en el futuro próximo es inaceptable.

Así que de entre todos los mentirosos elijo a Otto Von Bismark :“Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”. Yo añadiría, en todo caso, después de un polvo.