Mi querida Big-Bang:

Leer dentro de un jacuzzi es una maniobra complicada. La espuma se te mete entre las páginas de Henry Miller y el ruido de los chorros te impide concentrarte convenientemente en su biografía. Imagino que Marilyn no osaba bañarse cuando el genio estaba creando. O lo mismo sí, porque si eres tan rubia se te perdona todo, hasta el chapoteo con libro.

Luego está lo de los calores. Ya que te metes, has de aguantar altas temperaturas. Si marca 36º presuntamente no deberías sentir ni frío ni calor, pero te achicharras. Abres el grifo de la fría abandonando la única postura en la que encajas bien, y al rato te congelas. Has avanzado apenas tres páginas de Henry Miller, y lamentas no haberte traído algo más ligero, a prueba de gotas y sobresaltos.

Decididamente, o no vales para dramaturgos atormentados, o no vales para la dolce fare niente. Y encima acabas de pegarle un bofetón a los principios de Al Gore y de tus amigos los hierbas ecologistas. Ya que comes chuletillas de cordero como una posesa, qué menos que ducharte rapidillo.

Así que sales de la bañera con dos afrentas por enjugar, tiritando, y entonces en un mal quiebro se te cae el bueno de Henry al agua. No estaba de dios. Debes volver al Vogue y sus conjuntos.

Me llamo X y había planeado un fin de semana pasado por agua con burbujas y alta literatura. Pero debe ser como juntar arquitectura y microbiología. Abandono. Me rindo. RIP, Henry Miller.