Un soldado israelí equivale a mil prisioneros de Hamas. La aritmética del conflicto no termino de entenderla y tampoco hacérsela a entender a una niña de 9 años que pregunta.

Veamos, si me cambian por cien camellos, ¿debo sentirme orgullosa o humillada?

Un pastel de chocolate podría equivaler a, digamos, ocho filetes de ternera gallega, con sus vetas de grasa benévola. La que procede del trote en los pastos. Pero no conozco a nadie que en un acceso de hambre se meta ocho filetes al cuerpo. El chocolate parece más rápido y eficaz. Glucosa inyectada. Un chute.

Una novela de, digamos, Coetzee, podría equivaler a cinco, diez, quince, veinte… de cierta escritora especialista en montar pollos vestida de mamarracha y escupir líneas de escasa proteína literaria cada dos años. Tan indigesta como el foie gras La Piara en cantidades industriales. Pero hay quien prefiere imbuirse de grasas saturadas en lugar de una pequeña y exquisita  porción de mi cuit.El gusto es libre. O puede que no tanto.

Un cromo de Casillas, me asegura Minichuki desde su dilatada experiencia de, repito, 9 años, es el equivalente a “por lo menos 30 o 50 de esos otros” (léase de otras figuras del fútbol menos deslumbrantes). Recuerdo el pesar de cambiar un fajo de tesoros del kiosco, recién sacados de sus sobres, oliendo a imprenta, para conseguir la presa difícil. El oso en la cacería. Un oso, por cierto, debe equivaler en caza a cinco o seis venados y a incontables perdices.

Una hora de baile son tres sesiones de terapia en un diván. Un buen polvo, cien abdominales. Una cita con Hacienda, tres lipotimias. Un fado, cinco relatos de dolor encadenados.

 Un soldado famélico es un despliegue de tropas con clarines. Una demostración de fuerza con mirada trémula. ¿Y los mil del canje?. ¿Acabarán en la basura, como los cromos repes de mi hija, cuando no haya presas deluxe para intercambiar?.

La aritmética de la vida no la entiende ni dios. Llámese Yaveh o Alá.