Peñón de la discordia

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Uno crece con un mapa y un territorio,
con la venia de Huellebecq. Te dicen, por ejemplo, eso de
“Gibraltar, español” cuando eres pequeña y te preguntas
a qué viene tanto ruido por una triste peña llena de monos
famélicos. Tu mapa, el que te importa de veras, se ubica entre las
cuatro esquinas de tu cama,
flanqueadas por las tropas de los
afectos, las indecisiones, los quiero y no puedo, las pasiones, las dudas metódicas, los
santos de tu devoción y esas certezas que a ratos se tambalean y te estremecen.
Mientras, Gibraltar sigue allí a lo
lejos y un grupo de prepotentes saca sus tropas a pasear con el
objetivo de disuadir y entretener a los veraneantes con un nuevo leit
motiv. El ardor guerrero, la fuerza machirula. Un titular a
cuatro columnas de esos que fueron arrasados por la contundencia naif
de los emoticonos. Esas figurillas que enviamos cuando nos faltan
palabras, o tiempo, o preferimos insinuar que mostrar.
(Los ejércitos en tiempos de paz se
insinúan.
Muestran cuello y hombros, la inquietante curva del
empeine de un pie desnudo, pero no van más allá. Un striptease
fino que podría engañar a un censor poco escrupuloso excitado por exceso de sublimación).
”Tienes que ser más obstinada en la
defensa de tus opiniones, aunque no estés convencida de lo que
dices”, me indicaron ayer.
La obstinación no es sexy. Munición
pesada para espantar moscas. Un despliegue de tropas tercas en medio
del desierto sin público ni objetivo concreto que sin embargo las
diezma y las agota.
Huyo de las personas que amagan y no
dan. De los periódicos que calientan pero no se comprometen. De los
hombres sin sangre, de las mujeres furiosas. De los picotazos de
mosquito y de la indeterminación general básica.
…Tanto como de una pila llena de
cacharros que es el testimonio de una gran noche donde volvimos a
hacer el ritual mágico del árbol, a la espera de que el año nos
regale contoneos y seducción de la buena, con final feliz. Y no
calentones de cuarta regional enfrente de un peñón pelaó
que nos la refanfinfla.