Giacometti

Sostiene mi fisio que un músculo contracturado es el alarido de tu cuerpo como reacción al caos y al veneno circundantes. de lo que se deduce que el caos me invade rabioso como Godzilla a Nueva York.

Hay varios tipos de contractura, verás. Está la contractura intelectual, ese que sobreviene cuando lees un libro de los que se editan para no parar las máquinas de las editoriales ni el talado de la Amazonia. Son legión, llegan todos los días y van a parar al armario de las letras perdidas.

Está también la contractura sentimental, que es la que te sorprende un día de decepción y ruido en el que te das cuenta de que lo que no puede ser, no puede ser. La contractura medioambiental tiene que ver con esos charcos de cinismo que se forman a tu alrededor y evitas a saltos cada vez más torpes, como una Rayuela borracha.

La contractura es el síntoma, no la enfermedad. Y juega al despiste. Pongamos por ejemplo que te duele el trapecio. En realidad puede que el chasquido se haya debido a la caída libre de la Bolsa, eso tan artificial que se basa en la alternancia de avaricia y desdén. Si te duele la cabeza, sin embargo, bien podría deberse a una indigestión aguda de sarcasmo. No se puede tragar tanto como no se puede terminar la mariscada con la que ayer celebramos unos cuantos la marcha de D. en un restaurante estilo salón de bodas de pueblo lleno de gente con las manos chorreando patas, caparazones y saliva.

Rayuela

La desconfianza también genera contracturas a nivel del hipotálamo. Hay que encontrar un gran masajista para aliviarlas, porque la realidad es que cuando dejas de fiarte de alguien es difícil restañar la herida que se produce. Como mucho consigues un parche que evita la hemorragia, el borbotón, pero no la costra que te recuerda que no puedes desnudarte más delante de esa persona. No hasta el final. No sin pagar un alto precio.

Ayer D. y yo hablábamos de ese tipo de contracturas justo después de aliviar tensiones entre las figuras flamígeras de Giacometti en la Fundación Mapfre. La ligereza, la exploración de la esencia, el despojo de todo ropaje innecesario hasta llegar al espíritu eran un espectáculo balsámico que detuvo el tiempo, las tempestades y el hastío por un rato. Luego, en la camilla de mi fisio, dejé que unas manos bucearan hasta las profundidades de mis fascias, y pegué alaridos mudos de dolor. Los cuerpos, con la crisis, se resienten como los bronces deshilachados del genial artista suizo, pero no se quejan hasta que ya es tarde. Y entonces te arrastras, te quitas la ropa y dejas humildemente que alguien rescate tu fe en las personas y sus intenciones.

Godzilla

(Puede que el arte y la bondad sean el boca a boca de urgencia que estábamos esperando).

-Yo entre una persona inteligente y otra bondadosa me quedo sin duda con la segunda, dijo D.
-Yo prefiero la inteligencia bondadosa, si es posible. Pero como no sobra, me contracturo.

La contractura general es la peor de todas. Provoca un shock, un colapso que te lleva a la sala de urgencias de un hospital donde nadie te ve, porque te rodea la turbamulta insomne que ha cronificado su locura. Los Godzillas reincidentes, los hombrecillos a la deriva de Giacometti, los zombies de la nueva peli de Brad Pitt. Y no te queda otra que pelar una gamba y beber un trago de Albariño en un salón iluminado con fluorescentes donde la bacanal precede al sueño ligero y contracturado, pero menos…