Angela Merkel no sabe situar Berlín en el mapa. Ayer, en una escuela infantil, la colocó en Rusia y se quedó tan ancha.

Ubicación. Los que nacimos desorientados sabemos que es un bien preciado. El otro día J.M me dijo por segunda vez en su vida: “Si estuviéramos casados, seríamos muy felices, pero jamás llegaríamos a ninguna parte”. Si analizamos la frase comprobaremos que mi amigo ha terminado igualando matrimonio a desesperación. Dos desnortados juntos que se buscan en una ciudad porque han perdido al grupo en su despiste por ubicar puentes y luces de oficina.

-Dónde estás?
-Ni idea. Delante de mí hay un edificio con forma de huevo.
-Pues yo estoy viendo una estatua tipo obelisco.
-¿El río está a tu derecha o a tu izquierda?
-Espera que lo piense…

“No me chilles que no te veo” sería nuestra película de referencia. Todos los matrimonios, incluso los desorientados, tienen una. Conocí a una pareja improbable que se pasó la luna de miel viendo “El hombre tranquilo”. El motivo era que se alojaban en el castillo en cuyos exteriores se habían rodado secuencias de la película de John Wayne, y en la tele del hotel siempre programaban el filme, como una maldición. Para cuando ella entendió que aquello era una señal, que terminaría escapando como la pelirroja, era demasiado tarde. Actualmente no soporta la película.

Toda pareja, digo, debe apuntalarse en una historia protagonizada por otros. O, a más a más, en una canción. Todos hemos tenido ese tema que nos unía. Que nos llevaba a las burbujas de los comienzos. I say a little pray for you (Aretha Franklin, mi musa) es una de las mías, pero también Suzanne (Leonard Cohen). Los cursis dirán ese lugar común de “la banda sonora de nuestra vida”. Yo me he dado cuenta que no son más que referencias para no perdernos. Que toda pareja en su fragilidad tira piedras como Pulgarcito para reencontrar el camino a casa que es el amor.

Que si no tienes una canción, una película o un viaje al que regresar cuando las cosas vienen mal dadas con tu novio/marido, no eres nadie. Porque el amor sostenido tiende a perderse, como mi amigo J.M y yo, y necesita andar buscando ese puente sobre el río Kwai o esos acordes que le ponían el corazón blandito.

Así que mi querida Angela Merkel, ha sido un placer descubrir tu fragilidad. Te hace humana y, dado que no son tiempos de invadir Polonia, no tendrá mayores consecuencias que perpetuar la anécdota en la memoria de unos chicos de diez años. ¿Os acordáis cuando vino la canciller y colocó Berlín en Rusia? dirán dentro de unos años, en una de esas tardes tontas donde se han quedado mudos, como las parejas, y el comentario les hará sonreír.

Y respecto a mi amigo J.M, es un placer perderme a tu lado. Saber que si un día me salgo del redil tú no me vas a encontrar pero a cambio nos troncharemos por teléfono, en una de esas conversaciones más propias de los Hermanos Marx que de un matrimonio virtual de despistados que se entretienen con el reflejo de un retrovisor sobre el Támesis.

-¿Estás segura de que el edificio tiene forma de huevo, no de gallina?
-Espera, que voy a rodearlo y ya te cuento…