Revolcándome en el lodo, jugando a ser osezno, mi inocencia era aterradora. Niño que nace en un entorno de matanzas, niño que adopta la matanza y la encuentra normal. A mí, al menos, me pasó. Y eso previamente a los efectos de la testosterona, antes de la pubertad. Yo ya era un monstruo antes de convertirme en otra clase de monstruo“. “Goat Mountain”, David Vann (Literatura Random House)

El protagonista del libro que me ha aterrorizado el fin de semana tiene la edad de Minichuki -once años-y a las pocas páginas de arrancar el relato mata a propósito a un hombre en una jornada de caza. Se lo cuento a las Chukinas cuando llegan de pasar el fin de semana con su padre y estiran las orejas. Más aún cuando les explico que el chaval no siente ni medio remordimiento, y que su abuelo trata de matarlo con un machete mientras duerme. “Poco después, prosigo, padre y abuelo se enzarzan en una pelea y éste le clava un tenedor en el brazo a su propio hijo, ante la mirada del nieto”.

Mi adolescente, que ha fingido desinterés sin despegar su mirada del smartphone, sentencia: “Vaya libros que lees, mami… Pero quiere saber más.

En ese momento en el telediario cuentan la noticia del aumento de casos de violencia a menores. La Fundación Anar arroja unas cifras escalofriantes. El maltrato en familia, protegido por los muros domésticos y el blindaje del silencio. La enana se lamenta de no haber llegado a tiempo de anotar el teléfono de auxilio. Luego me obliga a explicarle el conflicto de Crimea y enseguida se concentra en la noticia del naufragio de un barco en Asturias. “Al buzo se le rompió el traje, por eso no han podido bajar a hacer el boquete al barco. Mañana voy a contar esto en clase”.

Ayer las chukis y yo fingimos que era viernes y cenamos pizza. La alegría de abrir la puerta los domingos alternos y recibirlas es el mejor deja vu imaginado. A veces se me cuelgan del cuello y otras se hacen las interesantes y escenifican una displicencia naif por el pasillo, pero a mí me da lo mismo. En un rato estaremos las tres en el sofá, bien apiñadas, y a poco que contenga mi impaciencia recibiré un relato jugoso. 

“Mamá, D. pidió salir el viernes a tres niñas de la clase, y yo me eché a llorar porque ya sabes que me gusta desde infantil. Me da vergüenza ir al cole, se van a reír de mí. ¿Qué cara pongo?”, me pregunta mi osezna mientras se engulle su tercera porción de pizza. “Pues tú llegas como si nada, y al bobo ése ni lo mires, como si fuera transparente. Si no se ha dado cuenta de lo que tiene delante es que es miope”.

Minichuki se encoge de hombros y me muestra su último invento. Una especie de arma letal  sin gatillo que oculta una mira telescópica desde donde puedes observar el mundo como el mejor espía. “Además, lo conectas a este chip -acerca una grapadora- y graba los datos ocultos de quien quieras espiar…Creo que me ha salido un gran invento”. A Minichuki el ingenio y la creatividad la distraen del desamor. Como a todos.

Invento telescópico de Minichuki

A los once años los niños las prefieren rubias. Las prefieren con tops que con camisas de cuadros. Las prefieren aprendices de coquetas a inventoras que juegan al fútbol. Algunos crecen y siguen con sus preferencias. Otros se dan cuenta de que una mujer con mundo propio y sentido de la acción es un ciclón que te agita el suelo y te despierta del letargo. “No son muchos, pero son los que merecen la pena”, les explico a las chukis como si una madre que lee libros raros y detesta a esos hombres me miran a todas mientras toman café con la suya fuera una gran experta en la materia.

Hay hombres que sólo saben tratar con niñas“, me decía el otro día T. en una interesante charla de la que saqué en claro dos cosas: 1. Debo explicar a mis chukinas que no tiene sentido luchar por hombres que  tratan de encerrarte en una casita de muñecas rosa chicle. 2.Debo animar a mi inventora a que construya un artefacto para detectar futuros hombres interesantes. Aquellos a los que cuando enchufes la grabadora con su chip prodigioso te devuelvan un hallazgo único, un relato sólo para tus oídos.

Y en cuanto al mequetrefe D., deseo que encuentre lo que se merece en su inocencia convencional. Que Minichuki, con su corta estatura y su apabullante determinación, le queda muy pero que muy grande. (Sí, a veces soy una madre tiñosa)

“Pensamos en Caín como en aquel que mató a su hermano, pero ¿a quién podía matar si no? Fueron los dos primeros en nacer. Caín mató a lo que tenía a mano. Que ellos dos fueran hermanos no tiene nada que ver”. David Mann. “Goat Mountain”.