Fin de semana detox: habitación para una, cama king size, Mr. Apple a mi lado y concierto de Monteverdi, G. Frescobaldi y G. Caccini  en teatrillo barroco.

De la comida, ni hablamos. Porque sospecho que el silencio pide a gritos un buen guiso de los que mojar con pan (eso que no debería probar, pero pruebo). Y unas buenas botas para caminar sin dejar otra huella que la de los malos pensamientos que se irán diluyendo entre encinas y alcornoques.

“La mejor inversión es en uno mismo”, dijo el egoísta. Y algunos le hicieron caso.

A veces una tiene la sensación de ruido permanente. Y muy pocas aguantaderas, término que me ha venido por ensalmo, para un afterhours que no sea en medio de la sierra, sin caras conocidas a mi alrededor. Sin más reto que aguartarme a mí misma, que no es poco reto.

El señor del hotel ya me conoce: “Esta es la rarita que viene sola y desayuna como una bóa constrictor sin despegar la vista de los periódicos“.

La bóa calienta motores y trata de decidirse entre dos o tres autores que reclaman su prime time cada noche en la mesilla. En unas horas será una cartuja con voto de silencio y vómito de furia.

La mejor dieta es de soledad y caminata.

Con un buen vino y un buen postre. Hedonismo rural, pongamos.