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instalado en la casita de abajo. Un lugar pequeño y coquetamente
desaliñado donde no entran los wasaps. Yo, que habito en la de
arriba, apenas tengo señal wifi. Presuntamente las dos nos dedicamos
a capturar palabras por las mañanas, así que alguien está poniendo a prueba
nuestra determinación. O nos quiere demostrar que la naturaleza, si
se pone farruca, vence siempre a la tecnología.
vietnamita sobre una huerta que despunta en el prado donde los conejos de
Alicia saltan descarados desafiándote a pillarlos con una red.
Afuera el mundo debe saber en qué día vive y sigue interesado por
los sucesos, la velocidad al tomar la curva, el fin de la cita de
Rajoy.
vanidades urbanitas.
lado”, decía ayer M. en una cena donde el peyote fue el tema
estrella.
la transformación de Jeckyll en Hyde…
estuviera en un lugar seguro y con alguien que me pudiera socorrer en
caso de desvarío.
distraída, que el día que llegó a Inglaterra una señora se cayó
redonda en el autobús y se quedó “un poco muerta” delante de sus ojos. “¿Pero hija,
cómo no me lo habías contado?”, quise saber. “No sé…se me
olvidó. La estuvieron reanimando un rato pero al final se la
llevaron toda tapada con una manta. No se le veía ni la punta del
pelo”. Sí, decididamente estaba muerta.
una señora en directo. Me estremecí. ¿Las hormonas alteran la
magnitud de las percepciones?. Debo pensar sobre ello.
británica que aquí brilla por su ausencia. O la falta de señal
wifi que me altera aunque no impide que cada día consulte afanosa en el móvil la
previsión del tiempo no para saber si urgirá el chubasquero,
sino para comprobar que casi siempre se equivoca porque esto es un
microclima díscolo o porque los dioses del Cantábrico tienen muy
parceladas sus zonas de influencia.
Debo quemar las naves y bajar a la casita de A. para intercambiar un
kilo de wasaps por cuarto y mitad de Internet. Y si la cosa no
funciona, tomarnos un café mirando a Pepa Pig, tan amigas.