Hay frases que te dejan suspendida en un limbo incómodo. Me dice P. que “la metáfora no vende”, y lo mismo tiene razón. La metáfora puede esclarecer una realidad menos obvia, reforzar su efecto en quien la recibe. Pero a la hora de interpretar el sentimiento conviene trepar lo más cerca posible de la esencia de las cosas. Y P. es un compendio de sentido común, el menos común de los sentidos.

Ayer a mi adolescente le pusieron un examen bien alejado del libro de texto que estudia. Debía explicar qué es la filosofía a partir de los siguientes términos: “manzana, piedra, perro”. La siguiente pregunta invitaba a defender por qué tu boli no existe. Mi pasmada hija volvió a casa ansiosa por ponerme a prueba, convencida de que había gato metafórico encerrado en las intenciones de su profesor. Le hablé, en una de esas improvisaciones de madre chulita y sobradamente preparada,  de que somos pura subjetividad, y que por tanto lo que llamamos bolígrafo es una proyección desde un yo absolutamente ajeno al objeto. Me quedé tan ancha y ella bastante frustrada porque su explicación no tenía nada que ver con la mía.

-Claro que yo puedo estar equivocada, hija…

“A menudo proyectamos lo que deseamos y obviamos las pistas que nos arroja la realidad”, seguí yo, crecidita y con un calentón filosófico tan barato como inusitado. Minichuki, que hasta el momento había fingido indiferencia, mosqueada sin duda por estar fuera de comba en semejante conversación, se vio obligada a esclarecer el asunto: “Hermana, yo juego al fútbol superbien pero a veces algunos no se enteran”. Luego se metió una cucharada de sopa para enfatizar sorbiendo su sentencia.

Mi querida ado y yo seguimos buscando la relación entre las tres palabras sugeridas. “El perro se come la manzana y con la filosofía nos comemos el tarro”, confesó que había escrito. “Hummm, no sé yo…”, murmuré, porque jamás he visto un can tirándose a por una fruta. Y me imaginé a ese profesor disfrutando como un sádico de los disparates de unos adolescentes que aún no están entrenados para pensar, pero cuyas hormonas los proyectan de cabeza hacia la retórica más confusa.

Espejismo

En el segundo plato ya dudaba de mí misma, enredadada en la madeja de lo real y lo imaginado. De cómo a menudo construimos realidades a partir de intuiciones vanas. Y un día el castillo de naipes se desmorona y te quedas reducido al corazón de la manzana, tiritando mientras una jauría de perros se tira a devorarte.

Pero, ¿dónde encaja aquí la piedra? (piedra, papel, tijera, una dos y tres…)

-Se llama espejismo, hija. Creo que la filosofía trata de explicar el espejismo. Por qué a veces construimos mentiras para sobrevivir en el secarral. Y luego le damos al botón del “on” y nos revolcamos en ellas.

-¿Y la metáfora?
-La metáfora no vende. Produce humo, te envuelve y te confunde. Díselo a tu profesor.

Me di cuenta de que el plato de mi sopa estaba intacto.