Chesterton se empeñó en que el hombre fuera jueves, cuando todo hombre o mujer contemporáneo aspira a ser viernes perpetuo.

De mayor querría ser acuñadora de grandes frases no originales, sino basadas en títulos contorsionados de otros. “El hombre que fue jueves” es inspirador, absurdo y original. Encuentro que la originalidad es un valor tan escaso que la hemos cambiado por provocación. Si no puedes ser elegante, sé extravagante. Y los viernes sufro de extra-vagancia porque mi cuerpo aspira al fin de semana con desesperación.

El vago tiende a sentir que cada lunes es domingo, y lo perpetúa con esa desidia que tiene “el día del Señor”. En la universidad odiábamos los domingos, nos invadía una ansiedad tal que impedía disolver la tarde despacio, como un azucarillo en el café. Hasta que pactamos con los profesores de la facultad concentrar todas las clases de martes a viernes y fuimos tan felices… Esos domingos con prórroga y penaltys era  gloria bendita. Pero mataron la inquina del lunes y nos convirtieron en un grupo de malcriados sin derecho a escupir al calendario.

Viernes rescata a Robinson Crusoe de los caníbales y se convierte en un secundario imprescindible. Miércoles, esa sádica encantadora, es uno de mis personajes favoritos de “La familia Adams”, aunque reconozco que siempre tuve debilidad por Fétido, sobre todo en esa secuencia en la que se mete dos colines en los agujeros de la nariz para hacer reír a una mujer.

Las mujeres solemos elegir al tipo divertido, sobre todo a partir de cierta edad. Los guapos son para la Fiebre del Sábado noche. Contorsionistas que con un golpe de cadera podrían apartarnos de la pista. Pero esos otros, los que se meten pan en la nariz, tienen un look perpetuo y salvífico de viernes. La posibilidad de dos días eternos en off por delante. La promesa de llegar al lunes en paz, tras una tarde retozona de sofá y series HBO en compañía.

El viernes, digo, es el edén donde todo empieza, no donde termina. Pero aún no nos hemos enterado.