Mi querida Big-Bang:

Admite que tú también eres una mujer inquieta, exacerbable y un punto histriónica. Admite que de cuando en cuando participas en conversaciones en las que no tienes nada que aportar, por el simple gusto de escuchar sandeces ajenas y clasificarlas en tu álbum de sandeces. Admite que una vez te caíste de bruces delante de las botas de un policía nacional macizo, y pegaste tal brinco para recuperar tu dignidad que el poli aún piensa que fue un suceso paranormal. Admite, en suma, que tus imperfecciones aumentan tus encantos, o te sumen en la miseria, depende del día y de los astros, y que en cualquier momento va a pasar algo que te desordene el puzzle para siempre. Y que eso mola. O igual no.

Admitir las lacras propias no es mi deporte favorito, verás. “¿Tú debes ser poco autocrítica, no? me soltó el otro día una chunga de cierta edad, borracha como una cuba, en un auditorio plural que me miró escrutante. “Y tú debes ser muy zorra, además de senil, verdad?”, hubiera respondido de haber estado a su altura etílica. La cosa es que desde ese día me he vuelto humilde, como si me hubiera caído del caballo, y estoy por admitir que yo maté a Manolete o provoqué el crack del 29, si es menester.

Admite que somos lo que no decimos, lo que nos corroe por dentro, lo que imaginamos que querríamos ser. O sea, yo soy un poco Kate Moss y un poco Lorry Moore. Un poco Madame Curie -heroína de mi infancia- y un poco Mina. Claro que lo disimulo con un arte que más parezco Lina Morgan o Raffaela Carrá, según el día.

Admitamos que si hay un charco meteremos el pie dentro, que nos gustan los hombres de nariz prominente y cerebro ad hoc, que odiamos la lycra y los acrílicos en general, que no hemos quitado el gotelé por pereza y desasosiego, que la película de culto “El Gatopardo” es un coñazo, con perdón, que ir sin medias en invierno es tan cool como absurdo, que el mundo sin mechas sería una aberración estética, que el Réquiem de Mozart es mejor que el mejor concierto de rock, que una vez traicionamos a un amigo sin saberlo y que en casa llevamos leggings color panza de burro y comemos las palomitas a puñados, llenándonos la boca y el escote.

Tanta confesión de abruma. Si eso, sigue tú, que yo estoy muy liada en mi jornada de autocrítica. Hoy toca orear las vísceras como oreamos las sábanas, al sol y a golpes.

Confiesa que no me escuchas ni un poquito y que me estás sacando la pasta mientras con el otro ojo ves Sálvame de luxe. So chunga.