“Tienes cara de no hay meta sin límite”.

Ayer hicimos el clásico pack verano en nuestro chalecillo decandente setentero: hermanos+cuñada+sobrinos+piscina+ amigos+mi célebre paella para muchos+siesta sin reloj. Los chascarrillos volaban como vencejos puestos de cocaína y los niños daban por saco con esa deliciosa levedad alborotada de la infancia, cuando los días son eternos y las normas un accesorio tan prescindible como los Louboutin en el empedrado segoviano.

En la radio, 107.1 FM, sonaba “Dust in the wind”

 J. y P. llegaron con su hijo y fue una fiesta. A la vuelta mi coche volvería a averiarse, como una maldición. Se encendió, ya casi en Madrid, un símbolo sospechoso en el salpicadero y volví a experimentar esa desazón a nivel estómago que se me pone a pocas fechas de pasar la ITV (que para mí equivale a una oposición a notaría o registro de la propiedad).

Estoy segura de que este pánico  funciona de profecía autocumplida y tiene un nombre. Y si no, propondré a la sociedad internacional de delirios que lo bauticen con el mío.

Soy vulnerable, además, a las cerezas y a los albaricoques. También a su silencio y a su no permitírselo. A los libros de los que hablábamos ayer entre amigos a la sombra más despiadada del porche: “No sé qué piensas de Patrick Modiano, pero yo lo leí el otro día por primera vez y me dejó frío”, sentenció mi querido P. Cerca, su novio se sometía a las preguntas diagnósticas de la Enfermera del Amor, que había regresado de la ferretería con jet lag (“es lo más excitante que he hecho esta semana”): “¿Y vosotros cuántos años lleváis juntos?” ¿Dieciséis, diecisiete? (hay respuestas peligrosas, ciertamente. Alguien que olvida un recuento aniversario corre el riesgo de ser etiquetado malamente).

La Venganza de Don Mendo

Entonces llegó mi hermano I., súbito como un personaje de Chejov, y fue la señal.

-¿Las seis de la tarde son horas para un gin tonic? (yo)

Y como nadie me puso mala cara, procedí, Bombay Shaphire en mano, mientras nos juramentábamos para una sesión doble de cine largamente postergada: El Desencanto con chistorra (P. es de Rentería) y “La Venganza de Don Mendo” con magdalenas.  (Mora que a mi lado moras, mora de la morería…).

Recordamos, mientras los niños nos empapaban con ese artilugio infernal que son las pistolas de agua, aquella vez que escuchamos a un gitano en la sala del hospital donde velábamos a mi niña S. decir que a uno le había dado un “fallo multiorgásmico“, y también cuando mi abuela, sentada en esa tumbona que nadie osaba ocupar, nos pedía que le acercáramos “el transitor“. Y los veranos eran largos como el sol de medianoche, y las horas se nos iban en bicicleta por esas cuestas malencaradas de urbanización que hoy recorremos  intentando descifrar si eso que brilla es Venus o un avión despistado.

Y hoy vuelvo a estar en territorio asfalto, mano a mano con Tortu, y asumo nuestra mutua compañía como asumo que tendré que volver al taller y quedarme sin recursos cuando el mecánico pijo me pregunte qué (coño) le pasa esta vez: “Tiembla como un carromato, se enciende un piloto con forma de cara de Bélmez y el aire se ha desacondicionado”. Abrumada de horas muertas y de miedo. Ese viejo conocido que me invita a tirar el carnet de conducir por un acantilado, tal vez mi Playa de Lord Byron. Y pronunciar en susurros unas palabras mágicas, un sortilegio. Con rima asonante, a ser posible.

Y contemplo la pila de periódicos como un desafío sin voces. Y esas líneas que ayer subrayé a Muñoz Molina, mi cita de amor de tantos sábados: “Una primera frase se parece a un milagro“.

Tienes cara de no hay meta sin límite, dijo él. (Y él era I. Tan genial, tan como siempre)

 Cierro los ojos
solo por un momento
y el momento pasa.
Todos mis sueños
pasan por delante de mis ojos,
una curiosidad.

Polvo en el viento
todo lo que son (mis sueños) es polvo en el viento.


La misma vieja canción,
solo una gota de agua
en un mar inmenso.
Todo lo que hacemos,
se desmorona,
aunque no queramos verlo.


Polvo en el viento,
todo lo que somos es polvo en el viento.


No te resistas,
nada es para siempre
salvo la Tierra y el cielo.
Se escapa (se escurre),
y todo tu dinero
no comprará otro minuto.


Polvo en el viento
todo lo que somos es polvo en el viento.
Polvo en el viento
todo es polvo en el viento.


Kansas – Dust in the wind – Polvo en el viento