Mi querida Big-Bang:

El hotel está en medio de la nada. Un erial que podría ser Las Vegas, pero es Aranjuez. La mejor forma de vaciar el cerebro de los neones de Movistar del casino es meterse en una king size con sábanas de algodón egipcio y asomar la cabeza por la puerta sólo para dejar la bandeja del servicio de habitaciones. Las simples es lo que tenemos. Nos dan un bufet libre de desayuno, dos o tres periódicos y un objetivo vital -abrir los poros en el spa- y nos ponemos todas locas.

Eso sí, con tanto relax no hay forma de rematar El Padrino II, ese peliculón. Las pastillacas y los chorros del spa han matado las tres neuronas que me quedan, y sólo resta entregarse a la vagancia, o a la extra-vagancia. Lo mejor, el camarero. Que anoche también tenía un objetivo para dar sentido a su existencia:”¿Tomarán carrillera de ternera?”. Pues no, pero ¿qué es el festín Júpiter agripicante éste?. “Pues no sé, le hemos puesto un nombre cualquiera, pero viene a ser como la carrillera…”.

Poner nombres pomposos a los guisos es un upgrade tan ridículo como llamarse Flavia y ser de Canillejas, con perdón. Yo, a pretenciosa, soy la que más. Pero mi abuela era la reina madre. Cuando íbamos a su casa nos hacía dos litros de zumo de naranja y cuando restaba un poco ordenaba: “Niña, tómate ese remanente”. Con el tiempo, mi hermana y yo terminamos llamando a cualquer zumo “el remanente”. Y así hasta hoy.

Entenderás que el rebautismo es uno de mis hobbies preferidos. A mi querido Openbank lo llamo “mi esposo”, puesto que muy mal se nos tiene que dar para que no estemos juntos “hasta que la muerte nos separe”. A mis hijas, las Chukis, por diabólicas. A mi Rubidio, “el halcón milenario, por viejo, malicioso y destartalado, y a mi psicota, o sea, tú, casi me lo guardo que luego me castigas sin pastillacas y me toca pensar. Con lo mal que sienta en este no lugar tan nihilista, tan lejano…