Mi querida Big-Bang:

Se me ocurren muchas razones para no ir a trabajar, pero pocas excusas originales. A mi entender, una puede ser de todo menos vulgar o cursi. Podría fingir un acceso de indignación turbulenta, un ataque de melancolía residual, una enfermedad infecto contagiosa de origen senegalés o que estoy hecha una perra vaga, como dice mi amiga L. Si me concentro mucho es posible que sea capaz de urdir una trama en la menor al teléfono, para pasarme este viernes de sol abrazada por mi sofá y tragando basura televisada sin reparar demasiado en el estercolero de procedencia.

Sí, una vez perpetrada la posible trola, me vengo arriba. Mi gran dilema sería: ¿me ducho, no me ducho? Como últimamente el jabón es a mi piel como el agua a los gremmlis chungos, lo mismo desestimo la casilla de la higiene y me limito a un agüilla a lo Mario Moreno. Quiero seguir oliendo como ayer, pero sin tirar del frasco. Peinarme, lo justito, porque cada vez que decido descuidar mi look viene el del contador del agua a subirme los colores. La última vez me resistí a abrirle por detrás de la mirilla. El tipo, empecinado, se quedó ahí, al grito de no nos moverán, y cuando al fin abrí con los pelos en cresta y murmurando una excusa desmayada por mi tardanza, soltó:”Señora, si le ha dado tiempo a hacerme un retrato robot”.

Sí, el mundo entero se confabula contra mí cuando quiero ser mentirosa, falsa, embustera. Lo mejor sería llamar a mi jefa al son de: “chitina, di por ahí que ni estoy, ni se me espera”, como al general Armada, y ya si éso daré un discursito televisado para apaciguar los ánimos al respetable. Total, es contraproducente que con esta desidia espacio temporal me eche a las calles a pedaladas, porque lo mismo me empotro contra uno de la EMT y la liamos. Vale, sí, siempre quise salir en “Madrid directo”, pero querría que fuera en un acto más glamouroso y con las mechas en perfecto estado de revista.

En este punto verás que he claudicado. Quemo mis naves, me rindo a la evidencia de que la resaca que me habita tiene mala solución. Apuremos el viernes, que viene largo y estrecho, y finjamos que podemos pasar otra noche en blanco sin consecuencias para el sistema de seguridad mundial. Vengan la gloria y los cafés, la prisa y las taladradoras gallardónicas. Fuerza y honor. Y paracetamol.