Me dispongo a ser autora de una sola obra. Me parece contundente, radical y ventajoso. Si a los alumnos les cae como pregunta en un examen final, se frotarán las manos. “Chupado, la mediocre esta sólo escribió una novela”, y rellenarán sin descanso un folio, puede que dos, glosando ese título que me hizo póstuma. Creo que rematar un título y echarse a dormir es la gloria bendita. No admitirá comparaciones. Al fin y al cabo, cada autor es conocido mayormente por una sola obra. La Montaña Mágica se comió a todas las demás (colinas, precipicios, badenes) y Thomas Mann será siempre a su hospital de tísicos lo que Nabokov a Lolita. 

Un epitafio redondo: “Murió dejando viudo y un best seller”. O sin viudo, al paso que vamos. Aunque “deja un reguero de amantes complacidos” tampoco estaría mal. Un viudo tiene su propia biografía, pero doscientas páginas de ficción son en sí mismas una vida que renace y se perpetúa en cada insensato que se aviene a manosearla. Lampedusa se quedó varado a El Gatopardo y quien no la ha leído al menos ha visto la película. “Fue un autor de una sola obra”, arrancaría el examen de los alumnos aplicados. Mucho más contundente que glosar a Shakespeare con toda esa parafernalia de obras maestras y la anécdota de que murió (¿o nació?) el mismo día que Cervantes, pero en Stradford-on-Avon.

Quien escribe dos obras cae en un infiermo peor que el de Dante: las comparaciones. Que te comparen con otro es un cataclismo. A mí me ha pasado. Siempre hay una rubia más alta, más impertinente y menos oxigenada que yo en los salones que frecuento. Pero competir contigo misma es un cáncer terminal. “Su primera novela muestra un universo propio lleno de matices…”diría el crítico despiadado, para arremeter a continuación: “En cambio ésta es epítome de la desorientación de una creadora sin mundo propio que un día, sí, un día, tuvo una idea medio luminosa y entró en un trance psicotrópico que le permitió parir un título que ya se me ha olvidado”

Ser pasto de un crítico es letal. Mi amigo R. lo tiene claro:”el mejor estado de un crítico es el estado crítico”. Como buen mozo de espadas atípico, leído y delicado, dice saber de antemano lo que las crónicas glosarán de su torero al día siguiente de la faena. “Pues nada, dile que haga exactamente lo que se espera de él”, le recomiendo. Pero claro, eso lo sitúa en zona de peligro porque ¿y si se trata de su última corrida? ¿deberá tirarse de frente hacie el Mihura para satisfacer la sed de sangre de los que escriben calentitos en la falda camilla de sus casas?

Aquí lo dejo que debo darle vueltas a mi unica novela. La posteridad hay que currársela de sol a sol y ahó fuera hay un ejército de nasciturus que tienen un examen que aprobar a mi costa. Me encomiendo a la virgen de los escritores de una sola obra, a la piedad de los lectores de un solo libro, a la incompetencia de los críticos de una sola obsesión. ¡Embestid, malditos!.

A mi querido R., tan fiel en la distancia, tan gentil.