Mi querida Big-Bang;

Cuando ya se me había olvidado la extraña sensación de ser una familia convencional, con su padre, sus hijos y su restaurante de cabecera los viernes por la noche, ayer reviví la sensación por unas horas. Para empezar, si llegas con marido (o ex marido, en su defecto) el camarero te recibe de otro modo. Con respeto. Sabe que está delante de una estructura inquebrantable, un grupo organizado que no dudará en defenderse si la lechuga viene con bicho o el borde de la hamburguesa está requemado. Además, las otras familias te miran con cierta complacencia de clase. Sois un conjunto armónico con sus señas de identidad bien a la vista. Si además el presunto marido es guapo y lleva sus iniciales cosidas en la camisa impecable, pasan por alto que la Chuki macho se haya puesto su camiseta roída de los Simpson y la otra vaya de lobita Camp Rock y prácticamente te hacen la ola.

Como sabes, una de mis patologías más severas es el extrañamiento y la falta de pertenencia a grupos. Es entrar en uno y comenzar a sentir picores, a sospechar del líder, a tener accesos de rebeldía súbita, a cuestionar sus normas y a beberme su mueble bar. De ahí que J. prefiera no presentarme a sus amigos grupales. Los míos me toleran y entienden mis desapariciones, lo que llaman el “síndrome Houdini”. La rubia anda perdida entre sus mechas es el santo y seña. Mi hermana, que es muy zorrilla, dice que cuando paso un mes sin llamar es que algo sucede. “Esta vez es que Polonia ha invadido mi casa”, le explico. “Ahhhh, ya”, hace un mohín, y entonces le hablo de mis albañiles Wojtilas y reconstruyo el lazo familiar con una larga charla entre martillazos.

La cosa es que añoche fui una familia tradicional con todos sus accesorios. La charla a la adolescente furibunda, a dos voces, fue una revelación. La evidencia de que ser part time bruja es mucho más molón que serlo full time. Es más, si la autoridad masculina ejerce de tal, y además lleva letras disuasorias cosidas al pecho, la femenina asume de inmediato el rol molón. Puede ser un poco Mercedes Alcántara, que diría mi hermano, y sólo me faltó un buen cardado para bordar el papel.

Después de cena con postre que pagó el macho dominante de la manada, nos echamos a la calle bien contentos y con una chuki cada del hombro cada uno. El epítome de los buenos tiempos. La exaltación de la familia que reza unida. Si no fuera un espejismo mañana domingo levantaría a las chitinas para que se vistieran a conjunto y fuéramos a misa de once. Aunque, casi no, que lo mismo me entran sofocos con tanta gente hablando a la vez y me tiro en plancheta al sagrario a por el moscatel dulce. Muy poco de esposa, francamente.