…Y puede que el año más inquieto y esquivo sea indultado como se le perdona a una res su arrojo y su nobleza en una plaza que reclama la sangre y remolino según guión de Hemingway (mojito abandonado en una barra de bar, el hielo ya tardío que hace aguas).

Y que haber bailado sobre el cráter de un volcán falsamente dormido sólo dejara breves quemaduras en el mapa de una piel pálida de luna que se ha cerrado esquiva a según que caricias o zarpazos.

Y puede que el espíritu navideño llegue con retraso de autobús de domingo y te encuentre encogida en el bucle nudoso de ti misma, a la espera de un viaje lo más largo posible -paseo de Rosales, línea 74, verbigracia- donde quedar colgada varias veces en looping de fachadas de esta ciudad que amas y a ratos cambiarías por cualquier otra. Como cambias de vida tantas veces, tramoyista amateur de un escenario inquieto  y arrasado por bombas donde  sobrevive una planta y brota sola, ¡oh milagro!. Feliz advocación de santo sin  vírgenes beatas a su palio que le besen los pies y dejen babas.

¿Qué palabra troncal, acertijo o desliz resuelto en letras resume la foto de tu vida, de tu existencia hoy, en este mismo instante? ¿Remolino? ¿Fugaz avistamiento? ¿Zurcido de tiritas en alocada disposición asimétrica-mortal-deshilachada y con restos de yodo mezclado con arena de parque de columpios?

Sigo siendo una niña con las rodillas en costra que salta a la goma en el patio del colegio y el suelo le retumba todo el rato. Esa es mi foto hoy, las seis de la mañana amanecida. Un plano medio, pongamos que exento de cabeza, enfocado a las piernas entonces tan huesudas, sin depilar aún; las medias azul marino de algodón desmayadas al ras de los tobillos con esguinces, los mocasines de piel azul marina rota por exceso de bríos. Eterna saltimbanqui sudorosa, feliz, ensimismada.

Hoy llegaré a mi casa, a la casa del ayer -la de mis padres- y devoraré el bocadillo de queso, migas sobre el cuaderno lleno de garabatos con delirios de autora adolescente. El secreter provisto de papeles, el casette renqueante de Dvorak o de Danza Invisible -maridaje sin reglas ni complejos-. La sensación de hambre, las ganas de estar sola en una jaula de grillos  que me ha dejado el cuerpo con su dosis de fiesta ya asumida, las bromas en familia, las doce campanadas a las once (que hay que irse a la cama, que es muy tarde).

Es Navidad de pronto y llego tarde a la cita. Abandono la goma en el cemento frío del patio de colegio. Me he subido de golpe las medias y limpiado con saliva las rodillas. Mi hermana ha venido a buscarme, con la sonrisa puesta como siempre, el confort cálido de lo que perdura cuando todo se mueve (panta rei). Debo ordenar sin duda un año efervescente que ha pasado ciclón y deja parte de bajas y algunas waterloos que celebrar. Debo decirles a mis hijas que siempre es el principio, que nunca estar de vuelta es necesario. Que vivir es arrancarse las costras y volver a tu casa, a alguna casa,  y salir otra vez a la carrera con las rodillas secas -mapa de cicatrices-  y el uniforme del colegio limpio y recién planchado, olor a suavizante de pan con mantequilla. Con ese apresto frágil, y sin embargo bello, de haber sido lavado tantas veces.