Mi querida Big-Bang;

Mr. Rubidio es una de esas personas que cuanto peor las tratas mejor reaccionan. Es algo enfermizo y tiñoso, que a mí siempre me descoloca porque me obliga a sacar una fusta de cuero que no hace juego con mis botas dominátrix. El señor Rubidio quiere caña de la buena, y si tú te muestras educada e indulgente él te mirará desde el balcón de su desdén, con un gesto enfermizo que ya he aprendido a interpretar, porque son muchos años de idas y venidas, de tés a a la menta y de charlas rancias sobre lo letal que es el mundo. Añadiré que Camus sería la alegría de la huerta a su lado.

Lo peor de la inconsistencia es la capacidad de contagio. Si te pones demasiado cerca de un desconfiado patológico, desconfías. Si es junto a un seductor, coqueteas. Si es un guardia civil, ordenas y mandas. Si es Andreu Buenafuente, te inventas un show. Pero si se trata de alguien que te pide que lo vapulees o de lo contrario te despreciará, terminas cometiendo un asesinato en primer grado.

A los ponzoñosos sólo se les neutraliza con la risa o la imaginación en bote. Ana María Matute, esa señora adorable que escribe libros que solía leer, ha dicho en su discurso del premio Cervantes que sin invención, sin imaginación, no hay vida. Estoy de acuerdo. Rubidio es un señor sin imaginación, un tipo sin infancia al que a veces se le descoloca el bisoñé. Como no puede proyectarse se ha dedicado al arte de la erudición, para fardar en las tertulias de su salón, que siempre huele a naftalina.

Te confesaré que los eruditos me dan miedo. No sólo porque me sacan los colores -soy muy capaz de olvidar el título del libro que leí ayer- sino porque hacen un despliegue tal de cifras y letras que me bloqueo. Los eruditos no crean nada. Se limitan a desenfundar lo que otros hicieron, como esos alcaldes que inauguran con orgullo de propiedad lo que otros levantaron con sus votos en contra.

Luego están esos otros que sólo crean contraprogramando. O sea, objetando a los demás. Tampoco aportan nada, salvo diques de contención en un territorio sin agua. Después de un sesudo trabajo de investigación en reuniones de trabajo, juntas de vecinos cabreados y brainstorming de peluquería he llegado a la conclusión de que tienen miedo. Como Rubidio. Como el malpensado. Como muchos eruditos. Miedo al vacío de soñar y contarlo. Miedo a no tener asideros donde impulsarse. Miedo al fracaso.

Y luego están esos otros, los conscientes de sus taras y puede que de su genio. Como O. Pamuk, ese tipo que asegura que escribe “porque sólo puedo soportar la realidad si la altero”.

Nota a pie de página: Hoy me propongo alterar la realidad. Y pobres de los Rubidios, eruditos y capullos que se atrevan a impedírmelo.