Decía Vargas LLosa ayer: “Lo único que lamento es que la felicidad se consiga muchas veces causando infelicidad a tu alrededor” (Babelia). Un escritor enamorado, podría haberse titulado la extensa entrevista de Babelia a la manera del sueco Karl Ove Knausgård. Al peruano le han puesto verde en los mentideros viejunos, donde no se perdona que a los ochenta se alborote el corazón y detrás, al galope, corran las manos y los pies, enardecidos. Tampoco su relación con la reina del cuché es del agrado de los de la mediana edad, que ya la hubieran querido para sí, aunque ni muertos se lo confesarían al cuello de sus rígidas corbatas.

Y luego está el desgarro del intelectual, que se ha hecho un lío. No sabe si denosta al Nóbel porque ella vende Porcelanosa -o sea, bañeras, azulejos y váteres- o porque vende exclusivas. Porque no ha leído a Montaigne pero se sabe al dedillo los escaparates de la rue Sant Honoré. Y esa desazón armada de argumentos muy sobrados de erudición se parece mucho a la envidia. Pero líbreme el cielo de ponerle esa etiqueta.

Si yo tuviera ochenta años y se me cruzara, como un rayo, un amor discreto o sofocante, tónico, flamígero, embriagador, las campanas al vuelo de un domingo cualquiera, me lanzaría al abismo sin pensármelo, señores. Si tuviera sesenta, cincuenta, los que fueran, dejaría que sucediera, estoy segura. Si hay algo que me chirría de la entrevista a Vargas Llosa no es su entrega impetuosa al sentimiento pese a la lapidación; es su excesivo empleo de términos como “ilusión” o “maravilloso”. Prefiero “desasosiego” e “incertidumbre”, desde el punto de vista formal. Los primeros invaden los sumarios de las revistas del corazón: “Fulanita ha encontrado una nueva ilusión“, dicen. Y la nueva ilusión no suele ser un hallazgo literario o una afición inédita al macramé, sino un señor con bigote que resulta ser “maravilloso” hasta que, semanas después, se convierte en un villano y hace la mundanza con luz y taquígrafo, derrotado. 

Vargas Llosa se confiesa “exaltado” y con la excusa de defender su nueva criatura -“Cinco esquinas“- defiende y fortifica a su Isabel (Preysler), en un canto conmovedor que el periodista alarga hasta cuatro páginas a plomo con una sarta de preguntas que bordean cuidadosamente el chisme pero lo persiguen a muerte. 

P-La gente puede tener la tentación de pensar que esa excursión erótica que constituye también la novela es una novedad. Evidentemente no lo es, porque están “Los cuadernos de don Rigoberto”, “Elogio de la madrastra”, “Las aventuras de la niña mala”…
R-Carmen Balcells (…) me preguntó: “¿Las escenas eróticas las has escrito recientemente o las has escrito antes de…? Le dije que esa era una pregunta insolente que no le iba a responder. 

Era una pregunta insolente, desde luego. Pero necesaria en una entrevista de suplemento cultural que, ayer,  era un Hola de alto nivel para mentes inquietas. Chico encuentra chica, o viceversa, cuando las convenciones de la vida lo habían condenado a sopitas (de letras) y buen vino. A pasear despacio, a brujulear en tertulias muy sesudas, a dormir la siesta con pijama y orinal y a agradecer homenajes, ese beso de la muerte. 

Pero Vargas Llosa ha decidido pegarse un homenaje propio y a lo grande, y eso no se perdona fácilmente. Ya puede ser buena la novela, porque si no las lenguas viperinas sabrán a quién achacarle la derrota. Buen sexo o buena literatura, mi señor. Pero no todo junto, que nuestras mentes mezquinas no pueden digerirlo. Y a ella seguirán llamándola “la filipina”, en un tono desprecio que no consigue sino respingar a los mediocres. Y estarán esperando que se les atraganten las perdices para que todo vuelva a su cauce y haya sido un calentón vetusto. El canto del cisne. 

No defiendo a la pareja. Defiendo a muerte la exaltación del corazón hasta la muerte.  La posibilidad de un temblor que no se llame parkinson. Que nadie determine a qué edad se acaban las sorpresas, las citas con sus nervios, los besos furtivos de portal o de banco, las esperas de una carta que ahora es un wasap. ¿Quién decide que una parte de la vida deba morir antes que el resto? ¿Por qué nos incomoda ese deshabillé pasada la tersura? 

Yo también critiqué la exhibición de ambos, mea culpa. Ahora me arrepiento. Que hagan lo que les plazca, donde quieran. A los ochenta de él, a los sesenta y algo de ella, hay que estar por encima y reírse de tantos moralistas envidiosos. La felicidad de uno a veces hiere a otros, es verdad. Pero la otra opción es joderse, con perdón, para ser respetado por los que están jodidos, entregados a no sobresaltarse por la vida, sino sobrellevarla. 

Espero que la vida no me condene a hablar del sintrón a los ochenta. Seré una vieja verde, si es preciso, les guste o no les guste a mis amigos. Quiero cenas con velas que no sean de iglesia y funeral. Hacerme un Vargas Llosa, que además de su “ilusión”, sigue diciendo: “Escribir es un refugio extraordinario para encontrar la paz en momentos de desasosiego e incertidumbre”. Pasión y escritura, ¿qué más puede pedirse? 

P.D. No hay nada menos sexy que un hombre vencido que ya no espera nada, salvo leer lo que les pasa a otros, en esas horas muertas donde el olor a nardos sofocante entra por la ventana y es un responso inútil que se comen los gusanos.