Mi querida Big-Bang:

La envidia es una forma de suicidio. No lo digo yo, lo dice el autor del libro que estoy leyendo, “El Malogrado”, de Thomas Bernhard, que me recomendó mi amigo H. El destino fatal de dos jóvenes pianistas, virtuosos, que tienen la desgracia de ser amigos de un genio indiscutible, radical, Glenn Gould. El pianista que pasó a la historia por dotar a las Variaciones Golberg de Bach de un eco salvaje y prodigioso. Contrahecho sobre su Steinway, Glenn acariciaba con fuerza las teclas sin dejar de tararear, mientras sus dos amigos en la ficción contaban las horas para borrarse del mapa y tiraban sus pianos y sus vidas por la borda. Ante el prodigio de ver en otro lo que uno asía y nunca alcanzará, sólo parece caber una salida. La muerte.

Yo siempre he envidiado las melenas rubias naturales. Esos cabellos finos, abundantes y ligeramente ensortijados. El de Farraw Fawcett, un suponer. También esas piernas largas y estilizadas,  a juego con tobillos mínimos. Las cinturas marcadas, el manejo en tres idiomas, conducir marcha atrás sin atropellar viandantes, el alcoholismo sin resaca, el sexo sin cigarro postcoital o levantarte y tener ante tus ojos un olivo, el árbol de mi vida. También la ingenua alegría de las novias en su día grande. Sería un bello deja vù.  

Por lo demás, los envidiosos me caen fatal. No sólo porque se suicidan tras dar la barrila a sus cercanos, sino porque con su ansiedad impiden que tú disfrutes de tu olivo.

Lo de las novias viene a que acabo de ver con horror a Lucía Etxebarria vestida de merengue ilusión en un periódico. La activista del sexo sucio y la provocación vestida de literatura se ha casado. Dice que para adoptar a un niño. Me parece una buena excusa. Aquí, en el hotel del naranjal, hoy hay boda y envidio esa alegría volandera de las invitadas que aguardan la llegada de la noche para ponerse sus bucles y su escote palabra de honor, excitadas ante la idea de pillar el ramo. J.y yo tenemos un plan: asaltar la barra libre con nocturnidad y alevosía y bebernos unos gin tonics a la salud del amor total. Suponemos que un pionista mediocre tocará a Richard Clayderman vestido de color crema, y que la madre de la novia tonteará ligeramete con el padre del novio y será el único día del año en el que sienta un cuerpo tan cerca de un hombre que no es su marido. Y quizás envidiará lo que pudo haber sido y no fue. Excitante.

La  envidia mueve el mundo y lo convierte en un estercolero. Eso es lo que pienso. De todas las pulsiones se me antoja la más feroz. Hay quien se tira al río atado a la pata de su piano y quien se pasa la vida dando por saco con melodías mal interpretadas. Y lo llaman vivir. No sé qué pensaría Glenn Gould al respecto, aunque sospecho que el genio no es consciente de sí mismo. Si acaso mira con perplejidad cómo sus amigos van quitándose la vida. Y los despide con una de Bach.