De la Sota y su mujer, Sara Ríus

Creo que no hacer arquitectura es un camino para hacerla, y todos
cuantos no la hagamos habremos hecho más por ella que los que,
aprendida, la siguen haciendo.
En el gimnasio Maravillas se resolvió
un problema y sigue funcionando y me parece que nadie echa en falta la
arquitectura que no tiene”
.

Ayer me enamoré perdida e irremediablemente de Alejandro de la Sota en la exposición de la Fundación ICO  sobre él y Miguel Fisac (que me dejó tan fría como su hormigón pretensado). Nacidos ambos en 1913. Trayectorias semejantes, personalidades dispares.

Del primero me atraparon su talento poco estruendoso, su humildad, la ausencia de pretensión y artificio de su obras, pero sobre todo la sonrisa de cálida complacencia con la vida que exhibe en todas sus instantáneas  y esa mirada cómplice que cruza con su mujer, la bellísima Sara Ríus,  al final de sus días, que resume una existencia cómoda y satisfecha. La del hombre que sabe que ha hecho lo que debía y deja un legado libre de cargas y desprovisto de toda soberbia estomagante.

A su lado, Miguel Fisac me pareció de ese tipo de hombres que andan por la vida  apretando la mandíbula. Ninguno de sus retratos lo muestra sonriente, sino reconcentrado en la búsqueda de algo que sabe inasequible. Algunos de sus edificios más laureados han formado parte de mi vida. Los laboratorios Jorba (“la pagoda de Madrid”) que me saludaban al entrar por la carretera de Barcelona, o la iglesia de los Dominicos donde las monjas nos encerraron a hacer unos ejercicios espirituales donde todo espíritu brilló por su ausencia y donde los novicios dominicos pusieron a prueba su fe frente a esa invasión de mariposas divertidas y en edad de merecer. Pero ni aún así me sentía próxima a su leyenda mientras recorría las salas de un lugar poco visitado por los madrileños que sin embargo exhibe tesoros de cuando en cuando.

Laboratorios Jorba.Miguel Fisac

“Yo he estado en las casas de Frank Lloyd Wright, de Mies Van der Rohe y de Le Corbusier. He subido, he bajado y he visto, y no me ha convencido nada. ¿Por qué? Porque no son unas casas preconcebidas para lo que iban a servir y para donde iban a estar“.

Las palabras del arquitecto manchego delatan esa predisposición a buscar grietas de los que no descansan pero aspiran a ver a dios. Ayer no sabía, sin embargo, que Fisac fue supernumerario del Opus Dei y conoció estrechamente a Escrivá de Balaguer. Décadas después saldría echando pestes de la Orden, como tantos otros, para casarse con una joven periodista. Ojalá fuera feliz.

Gimnasio del colegio Maravillas

Mientras, De la Sota seguía cautivándome con sus palabras, con sus edificios,  y yo me imaginaba un largo paseo a su lado por todas esas fachadas de Madrid que amo y me aligeran los domingos por la mañana aunque caigan chuzos de punta como ayer:  

“La arquitectura es traidora con sus amantes y como tal debemos tratarla, cogiéndola siempre de improviso. Se nos hace vieja en nuestro pensamiento, en nuestras propias manos, antes ya de construida. Tenemos que estar atentos, siempre empezando¿Se puede hacer camino al andar? Según donde se ponga el pie”.

Pensé que hay dos tipos de hombres. Los que buscan el tormento para justificar su vida, y los que deciden vivirla con ligereza sin renunciar al compromiso. Los cerebrales y los hedonistas. Los que se flagelan y los que se perdonan. Detrás de ambos puede haber genios, desde luego. La diferencia es que los segundos disfrutan de su obra pese a los tropiezos. Y esa humanidad transmite un calor cercano que se parece al amor. A los otros los imagino arrancándose el corazón, mutilados de una guerra donde son su peor enemigo. Medio muertos en vida, con olor a naftalina.

 Mi querido Miguel Fisac, no creas que no me atrapaste ni un poquito. Me quedo con una frase tuya que resume el final de una búsqueda: “La arquitectura es, como decía Lao Tse, el aire que queda dentro”. Creo que tienes toda la razón. Buscaré ese aire cuando recorra mi ciudad con el asombro del recién llegado, como suelo. Tuya afectuosa pero sin excitación sobrevenida.