Mi querida Big-Bang:

Hoy tengo una scoop y, como diría cierto jefazo de cierto periódico de derechas, “se te van a caer las bragas”. O no, porque ahí te va el titular: vuelve la faja.

Mi amiga I, que es una moderna clásica y sin prejuicios, me confesó hace ya tiempo su secreto mejor guardado: “yo me pongo fajas con los vestidos pegados, así no salen lorzas y te sientes como una sílfide”. Yo no daba crédito. En mi imaginario infantil, la faja era una cosa marrón clarito horrenda que llevaba mi abuela para sujetarse el centrifugado de sus carnes desbordonas. Tú salías con ella y si la agarrabas por la cintura aquello parecía un maniquí de PVC. “Abuela, ¿cómo puedes llevar esta armadura? “Hija, no sabes las ganas que tengo de llegar a casa y quitarme la faja”. Con el tiempo, mi hermana incorporó esta coletilla a su argot: “Vamos a casa que estoy deseando quitarme…” y ahí nos partíamos de risa.

Claro, que bien mirado Madonna ya lució un conato de faja con ayuda de su cómplice Gaultier, y como la diva siempre se ha adelantado una década a las tendencias, ahora lo entiendo todo. Aún así, dado que una es incrédula y necesita acudir a las fuentes más autorizadas, le hago la pregunta a Y., directora de mi biblia Vogue y una tendencia con cuerpazo en sí misma: “Oye, Y., me llegan rumores de que vuelve la faja, dime que no es cierto, mon dieu”.

-Querida, así es. Y hay unas monísimas de Dolce Gabbana que cuando las veas no podrás vivir sin tener una.

Acto seguido se explaya y me marca sobre su cuerpo de espíritu macizo los lindes de las fajas fetén, y me adelanta los colores tendencia: “negro y piel”

-¿Piellllll? ¿lo que toda la vida hemos llamado color carne? Ni hablar, eso sí que no. Con lo que me he burlado del tendedero de mi vecina la madre de la poseída por satán: esa mujer asexuada que tiende bragas y fajas color carne tan disuasorias que ningún hombre se atrevería a acercarse en un radio de 500 metros!
-Sí, chatina. si quieres ser moderna ya puedes ir haciéndote con una.

En este punto me paralizo y pierdo mi escasa personalidad. Ya dije que jamás volvería a llevar hombreras y alguna ha caído esta temporada. Ya dije que mis tacones no superarían los 14 centímetros y cada vez que mi madre viene a casa me apresuro a esconder algunos zapatos que le pondrían los pelos como escarpias. Pero una faja me supera. Con una faja mis vísceras no podrán nadar ni expandirse. Con una faja no podré comerme un cocido sin consecuencias funestas. Por no decir que si -dios lo quiera- me sobreviene un revolcón con posibilidades, lo mismo el tipo se enfría cuando palpe la faja y me deja compuesta y con mi Dolce Gabbana.

Por no mencionar las consecuencias que debe tener la presión fajil en el riego sanguineo. Fijo que con la presión de la Lycra el cerebro entra en un estado de embotamiento permanente que no le permite destilar ni media idea: En lugar de ¿estudias o trabajas”, a partir de ahora nos preguntarán:¿Piensas o llevas faja?

Yo voy a dedicar una jornada de reflexión al asunto para no precipitarme. Si está de dios, a eso de las siete de la tarde pondré pies en polvorosa y me haré con una buena faja para que mis amigas de Vogue sigan considerándome. Total, toda la vida he estado metiendo tripa con ciertos vestidos y quizás toque relajarse en un corsé de cuerpo entero. Como mi abuela, que en paz descanse.